
- Batalla de Cochicó, último combate de los ranqueles contra el Ejército en la Conquista del Desierto | Basado en las memorias de Yancamil |
Para la tarde del 12 de agosto de 1882, el cielo se encontraba completamente cerrado. Era evidente que, de un momento al otro, una fuerte lluvia caería sobre ellos. Atravesando el territorio de oeste a este y alejándose de las tropas de Roca, el cacique José Gregorio Yancamil, acompañado por nueve compañeros, se adentraba en La Pampa. En alguna parte de ese trayecto, se cruzaron con siete soldados desertores que se sumaron al grupo para continuar camino. Ahora, eran diecisiete hombres mal armados con lanzas, cuchillos y boleadoras, montando caballos completamente exhaustos por el largo recorrido, y avanzando juntos a campo traviesa. Al acercarse a un paraje, uno de ellos divisó a veintitrés soldados. Ya estaban demasiado cerca como para dar marcha atrás.
Cuando el choque se hizo inminente, se percataron de que se trataba de indígenas reducidos al servicio del Ejército Nacional. El combate comenzó y los soldados, tomados por sorpresa, se vieron obligados a ir cediendo espacio en el campo, acercándose poco a poco al cerro de Cochicó. Recordaría Yancamil que, además de cuchillos y boleadoras, estaban armados con fusiles, pero que esta era un «arma poco temible en manos de quienes no son diestros en su manejo». Cerca de las dos de la tarde, cuando la batalla llegó al cerro, una violenta lluvia comenzó a caer.
Luego de tres horas de combate, el cansancio de la lucha cuerpo a cuerpo empezó a dejar sus secuelas. Para ese entonces, había tres o cuatro muertos por lado y no había quién no tuviera heridas. Era momento de dar el golpe. Será en ese entonces que Paineo, compañero de Yancamil, dijo «terminemos de una vez» y todos avanzaron dispuestos a redoblar las fuerzas para dar la embestida final. «Fue un momento terrible, la noche se echó encima», recordó Yancamil. Aprovechando la oscuridad, dieciséis soldados enemigos se apresuraron a ensillar y escapar antes del ataque. Sabían que no podían ser perseguidos, que contaban con más hombres. «Quedamos, pues, los dueños del campo».
Una vez terminada la batalla, comenzaron a lavar sus heridas y a cubrirlas de yuyos. Luego descansaron, aunque nadie desensilló sus caballos por precaución. Cuando el sol volvió a asomarse por el horizonte, pudieron ver lo que había dejado el combate: ocho de sus compañeros yacían muertos junto a seis soldados. En el recorrido, se encontraron con un enemigo mal herido. Se llamaba Trainmá y no había podido escapar junto al resto. Paineo propuso rematarlo, sin embargo, Yancamil se opuso rotundamente lo que generó una dura discusión. Para él eso no se discutía, al «enemigo rendido no se le ataca». Consultado sobre cómo pudieron diecisiete hombres mal armados vencer a veintitrés soldados, diría: «Un indio libre en aquellas épocas luchando por sostener la libertad, por la tierra que creíamos nos pertenecía, valía por cinco hombres, no temía la muerte y luchaba con coraje, esa es la causa».