
- Miguel Bru |
allanamiento sin orden y no había que ser demasiado perspicaz para percibir que algo ocurría. La primera vez, los oficiales se presentaron con la excusa de que los vecinos habían denunciado ruidos molestos. Nunca hubo datos sobre quién fue el denunciante, pero, ese día, la policía les rompió varios instrumentos musicales y, pese a no tener pruebas, se llevaron varios detenidos. La segunda, por un supuesto robo a un kiosco que nunca existió. Miguel, como muchos en esos tiempos, entendió que la mejor forma de protegerse era dejar asentada la denuncia para que quedase constancia de lo ocurrido.
Las primeras amenazas no se hicieron esperar y oficiales de la comisaría 9ª de La Plata comenzaron a hostigarlo para que retirase la denuncia. Los días siguientes, entre amenazas de muerte y amedrentamientos por la calle, para Miguel Bru comenzó un corto pero intenso calvario. El 16 de agosto de 1993 partió hacia Magdalena para cuidar la casa de unos amigos. Su novia, Carolina, lo acompañaría dos días más tarde. Sin embargo, cuando se presentó en la casa junto con un amigo, se encontraron con la puerta entreabierta, restos de comida y un fuego recién apagado. Pensaron que Miguel acababa de salir y que pronto volvería, por lo que decidieron esperar. Al día siguiente, empezaron a imaginar lo peor.
A pocos kilómetros, mientras lo buscaban por la zona, dieron con su bicicleta y alguna prenda de vestir. Rosa, su madre, partió inmediatamente a hacer la denuncia, pero, pese a que recorrió un sinfín de comisarías, en ninguna quisieron tomársela. Recién el 21 de agosto, logró realizarla. La investigación quedó a cargo del juez Amílcar Vara, hombre reconocido por fallar sistemáticamente a favor de la policía cada vez que era designado en estos casos. Durante las declaraciones de amigos y familiares, Vara eliminaba las partes en las que nombraban a los oficiales que lo venían persiguiendo.
Poco a poco, la lucha de su gente se convirtió en la de todo el pueblo. Durante el juicio, contradiciendo a los policías que decían no conocer a Miguel, otro detenido, Mauro Martínez, denunció haber estado preso junto a él y haber visto que lo torturaban. La pericia caligráfica determinó que, en el libro de guardia de la comisaría, figuraba que a Miguel lo habían ingresado el 17 de agosto, pero que su nombre había sido borrado para escribir otro encima. De este modo, se corroboraron las declaraciones de los presos que dijeron haberlo visto allí. Seis años después, dos policías fueron condenados a cadena perpetua, mientras que el resto recibió penas bajas. A día de hoy, hay un solo oficial preso y, pese a que realizaron más de 40 rastrillajes, el cuerpo de Miguel nunca apareció. Ningún policía quiso decir dónde está.