
- Mario Roberto Santucho |
Bajo el ardiente sol de Tucumán, un hombre caminaba las calles de un lado al otro. Sin descanso, subía y bajaba de colectivos, se acercaba a los ingenios y buscaba pacientemente con quién hablar. A veces iba junto a su compañero, el Negrito, y con una vieja moto viajaban por entre los barrios recorriendo obras y aserraderos. Eran tiempos de despidos, de lucha y de resistencia obligada ante el fuerte avance de la dictadura de Onganía. De tomas de fábricas, de hambre y de un plan que apuntaba a desguazar el país. En esos días, escribía a su hermano Julio que el trabajo entre los obreros los iba obligando a intercambiar experiencias: «Vamos comprendiendo el camino por el que encontraremos la salida. Ese camino sabemos que es la revolución».
Dicen que era algo introvertido, que no le gustaba hablar demasiado, ni demás. Que decía sin necesidad de levantar la voz o que a veces elegía escuchar y mirar. Dicen que era un gran estratega, analítico y que prefería tomarse su tiempo para reflexionar. Que, a pesar de que podría haber tenido los focos sobre él, hoy, apenas existen un par de fotos suyas. Había elegido trabajar por una senda diametralmente opuesta a la de los beneficios personales y el enaltecimiento de su figura. Tenía un sueño y, por sobre todas las cosas, estaba convencido de que era posible alcanzarlo. El único en el que creía: el del pueblo unido, el de dejar todo sabiendo que, al fin y al cabo, sería a vencer o morir.
No muchos años atrás, el Che pisaba las costas de Cuba esparciendo una semilla que se expandiría por todo el sur del continente. Para ese entonces, las vías pacíficas para alcanzar una vida digna parecían llegar a un camino sin salida, y el mundo entero presenciaba el auge de los levantamientos ante la necesidad de un cambio urgente. El PRT encontraría su espacio en el pueblo argentino y Santucho aseguraba que “no se puede destruir el capitalismo sin audacia y más audacia”. Serían pasos de “lo pequeño a lo grande, de las acciones más simples a las más complejas”. Faltaba mucho por hacer, pero sabía bien lo que las oligarquías ofrecerían a cambio.
Con los años, la represión estatal se fue haciendo cada vez más fuerte, sistemática y violenta. Atrás quedaban las largas noches en la guerrilla rural de Tucumán, las fugas planificadas, los escritos y las callecitas que recorría buscando unir a quienes no tenían más que migajas. Y si bien siempre se intentó desde el poder opacar la imagen de quien fue el enemigo número uno de la dictadura, Santucho supo ganarse, a fuerza de lucha y consecuencia, un espacio que el tiempo iría haciendo cada vez más grande. Así ocurre y ocurrirá, afirmaba, “cada paso adelante ha sido conquistado atravesando pruebas y errores, sufriendo dolorosas pérdidas». Este habrá sido, entonces, otro más en el largo camino hacia la victoria.