
- Cristóbal Colón parte del puerto de Palos |
A las 8 en punto de la mañana, tres embarcaciones se pusieron en movimiento. Era el tercer día de agosto de 1492 y atrás dejaban el puerto de Palos para dar comienzo al planificado viaje. “El viento es fuerte y variable y ya hemos hecho 45 millas al sur del poniente», escribía Cristóbal Colón ese mismo día en su libro de bitácora. Llevaba tiempo estudiando, analizando mapas y tomando notas. Entre textos de Marco Polo y páginas del papa Pío II y del cardenal d´Ally, Colón fue buscando el rumbo a tomar. Basado en textos bíblicos, llegó a la conclusión de que el Paraíso Terrenal, los Jardines del Edén o las islas de las Amazonas estarían en las Indias. Así, la Pinta, la Niña y la Santa María partieron hacia las tierras del gran kan, hoy, China y Japón. La historia recién comenzaba.
Ocho años atrás, Colón se había reunido con el rey Juan II de Portugal para contarle su proyecto. Las pretensiones, tanto económicas como honoríficas, que pedía el entusiasmado comerciante le parecieron excesivas al rey, por lo que no aceptó. Además, no era la primera vez que alguien se la acercaba con una idea similar. Colón continuó camino hacia a España, donde logró reunirse con la reina Isabel de Castilla. Años más tarde, recibiría la autorización para su empresa. Había alcanzado su objetivo y, ahora, solo restaba conseguir socios y dar comienzo a la expedición. Poco después, con todo listo, las embarcaciones dejaron tierras españolas. Era el inicio de un viaje que cambiaría el destino del mundo.
Pasados los dos meses, cuando la impaciencia y la desesperación ya hacían pensar a muchos en regresar, un marinero divisó tierra. Al poco tiempo, Colón y su gente pisaban el archipiélago de las Bahamas y comenzaban a recorrer la zona. Dicen que, durante esos trayectos, un adorno dorado en la nariz de una persona llamó la atención del invasor. Poco después, se daba comienzo al mayor y más brutal genocidio conocido en la historia de la humanidad, donde se asesinó a gran parte de un continente arrasando todo a su paso, sometiendo pueblos, saqueando, exterminando culturas, evangelizando y esclavizando. Mientras la Iglesia otorgaba carácter sagrado a la conquista, Colón avisaba que con solo 50 hombres podrían “subyugarlos a todos y hacer que hagan lo que queramos».
Tiempo después, escribiría a los Reyes Católicos que había dado con el Paraíso Terrenal. Además, aseguraba que “el mundo no es redondo en la forma que escriben», que tenía forma de «una teta de mujer» y la parte del pezón era la más alta, cerca del cielo, “adonde acaban toda tierra e islas del mundo”. Como fuese, era todo para ellos. Cinco siglos después, las matanzas no cesaron. La bota del colonialismo pasó a tener sello imperialista y Latinoamérica continúa intentando emerger. Una resistencia que, pese a tanto, nunca pudieron exterminar.