CUANDO LLEGARON LOS MARINES

  • La ocupación estadounidense en Haití |

El 28 de julio de 1915, los marines desembarcan en Puerto Príncipe. Nadie les dispara. No hay resistencia. Solo miradas perdidas que buscan explicaciones que no conocen ni nadie les dará. Algunos corren a esconderse, otros se arriman al muelle con resignación. Hace un calor insoportable y la humedad no ayuda. Si bien ese día la historia empieza a escribir que Haití ha sido ocupado por Estados Unidos, lo cierto es que meses atrás, una tarde de diciembre, ocho infantes de la marina ingresaron al banco nacional haitiano para llevarse 500 mil dólares en oro. Pocos días después, fueron depositados en un banco de Wall Street. La operación fue un éxito redituable, por lo que, un día, el almirante Deville recibió la noticia de que debía «proteger los intereses estadounidenses y extranjeros». Y así, 330 marines pisan la costa de la isla. Nadie lo sabe, pero se quedarán casi veinte años.

Horas antes, los haitianos acababan de cazar a su presidente, Vilbrun Guillaume Sam, tras irrumpir en la embajada francesa. Su orden de ejecutar a 160 presos políticos -entre ellos al expresidente Oreste Zamor- desató la ira de quienes lo arrastraron hacia la calle y lo arrojaron sobre una verja de hierro. Fue descuartizado por una multitud que luego se llevó sus restos para exhibirlos sobre largas varas por los alrededores de la capital. Lo sucedería Philippe Sudré Dartiguenave, considerado por los invasores como lo suficientemente obediente para ocupar el cargo. Desde Estados Unidos, se habló de un peligroso vacío de poder. Había que poner orden. Pero ese orden no era el de los haitianos.

El primer país nacido de una revolución de esclavos, victoriosos tras derrotar a las tropas de Napoleón, debía pagar un precio por su osadía. Su historia estaba hecha de aislamientos, deudas, bloqueos e invasiones. Desde su independencia en 1804, el mundo blanco le había pasado factura. Ese julio de 1915, llegaba una más. Traería consigo una nueva constitución, que autorizaba la propiedad extranjera de la tierra. El Gobierno títere lo aceptó. El Congreso haitiano se negó. Ese mismo día, fue disuelto. En las calles, los marines no hablaban ni francés ni créole, y la población debía adivinar las órdenes para sobrevivir. Se reinstauró el corvée, un sistema de trabajo forzado semiesclavista. Quien se negara, sería encerrado. O fusilado.

En el norte del país, los cacos, campesinos armados, se levantaron. Los lideraba Charlemagne Péralte. Decía que no se entregarían sin luchar. Formaron una guerrilla rudimentaria y atacaron cuarteles, emboscaron patrullas y proclamaron su propio Gobierno. Demasiado riesgo para los intereses estadounidenses. En 1919, Péralte fue asesinado y una foto suya, atado entre palos, será utilizada para sembrar el terror. Durante dos décadas, Haití fue dominado. Controlaron su aduana, su ejército y su deuda. Crearon una Guardia Nacional -columna vertebral de las futuras dictaduras- y fundaron las bases del porvenir. En 1934, dejaron la isla. El trabajo estaba terminado. Habían moldeado el país a su gusto. Habían dejado una estructura que garantizaba el futuro.