
- El asalto al cuartel Moncada |
Para las 4:45 de la madrugada, tal y como se había planeado, catorce vehículos partieron de la granja Siboney rumbo a Santiago de Cuba. En ellos viajaban más de cien revolucionarios, algunas armas y un plan claro que apenas era el inicio de algo mucho más grande. Al frente del grupo, un joven Fidel Castro decidido a hacer historia. Desde hacía un año, Cuba estaba sumida bajo la dictadura de Fulgencio Batista, militar que se había apoderado del país cuatro meses antes de las elecciones con apoyo de la CIA. El destino al que se dirigían era el cuartel Moncada, la segunda fortaleza militar más importante de la isla, ocupada por aproximadamente mil hombres. En ese mismo momento, otro grupo se ubicaba estratégicamente bloqueando la ruta. Era el 26 de julio de 1953 y, triunfaran esa noche o no, había que levantar al pueblo.
Pasadas las 5:00, se preparaban para dar comienzo al asalto. El horario y la fecha elegidos no eran casuales. Las fiestas por el carnaval habían movilizado al país y era usual que jóvenes viajasen desde distintos puntos de la isla para asistir a los festejos. A esa hora, sabían, los soldados podían ser tomados por sorpresa. Junto a Fidel, Raúl Castro y Abel Santamaría se dividían las acciones y cada columna avanzó con una meta. Para cuando el sol dejó ver sus primeros reflejos en el horizonte, un auto se acercó a la puerta del cuartel. Vestidos con los uniformes de la dictadura, dos revolucionarios tomaron a los guardias. El primer paso, y tal vez el más importante, parecía cumplido. Pero algo cambiaría los planes: dos guardias se acercaron a ver qué ocurría.
A riesgo de perder el factor sorpresa, Fidel, que se encontraba al volante, aceleró y los embistió antes de que pudieran disparar. Quienes lo seguían interpretaron que era momento de bajar e iniciar la misión. Los primeros disparos desataron una balacera y las tropas militares quedaron alertadas antes de lo previsto. Así, se daba comienzo a más de dos horas de un combate desigual. A pesar de la negativa inicial, Fidel dio la orden de retirada y partieron del lugar. Sin embargo, el ejército iba a seguir sus pasos.
Como respuesta, Batista ordenó la suspensión de garantías constitucionales, estado de sitio y clausura de medios y del Partido Socialista. A los detenidos se los torturó y se asesinó a gran parte, lo que generó un enorme rechazo en la población. En lo que refiere a Fidel, se le inició un juicio donde asumió su propia defensa, denunció las barbaries de la dictadura y aseguró: «La historia me absolverá». Comenzaba a brotar un sentimiento popular contra el régimen, la latente sensación de que algo debía cambiar, de verdad, de una vez y para siempre. En aquel entonces, Fidel dejaba en claro que “todos los enemigos se pueden vencer”. Era el inicio de largos sucesos y grandes pasos hacia la Revolución.