LA LLAMAN TIERRA

  • Juana Azurduy |

De todo proceso revolucionario siempre han surgido las personalidades más extraordinarias de nuestra historia de lucha. De allí brotaron los sentimientos más arraigados a lo digno y lo ético, el dar la vida por las causas más justas y desinteresadas en pos de un mañana que, difícilmente, se vería plasmado en realidad. Así, de los tiempos de las batallas por la independencia en América, nacieron algunas de las más grandes mujeres que nuestro continente supo parir. La historia escrita por quienes se quedaron con la tinta y el papel, luego, buscaría mezclar las cualidades más bellas con las más deleznables, desarticular conceptos e ideales, y cubrir masacres y robos con pinturas de patriotismo y progreso. Pero la historia siempre pareciera encontrar su espacio para germinar desde la verdad. Aunque pasen siglos.

Un 12 de julio de 1780, meses antes del comienzo de la sublevación de Túpac Amaru II, nacía en la intendencia de Potosí, Virreinato del Río de la Plata, Juana Azurduy. Una niña que, desde temprana edad, se acercaría a quienes trabajaban las tierras de su padre aprendiendo a cabalgar y a hablar quechua y aymara. Una persona que nunca comprendió, ni quiso, el rol que la sociedad tenía estipulado para las mujeres. Por eso, años más tarde, sería expulsada del convento en el que fue internada por considerársela, a sus 17 años, demasiado rebelde para adoctrinar.

En los años siguientes, junto a su compañero Manuel Padilla, no dudaría en combatir por los pueblos libres. De la Revolución de Chuquisaca a la de Mayo, pasando por la guerra gaucha o su cuerpo de guerrilleras “Las amazonas”, consagró su vida entera a forjar un futuro más justo. A la par de un grupo de 200 mujeres nativas, para marzo de 1816, Juana derrotó a las tropas españolas en Bolivia. De esta forma, lograban liberar a Padilla, quien se encontraba preso desde 1814, y marcaban un hito en las luchas americanas. Hasta el final de sus días, peleando en el ejército libertador de Manuel Belgrano, Juana Azurduy se dedicó sin pausas a combatir la explotación colonialista en favor de la población americana.

En el camino, dejó y dio todo. Ya no quedarían centavos, comodidades ni tiempos para armar una familia o siquiera descansar. Era el precio que pagaba por ser quien fue. Con sus tierras expropiadas por los realistas, y en la más absoluta pobreza, una de las más grandes revolucionarias del continente fallecía el 25 de mayo de 1862. Alguna vez, tiempo atrás, había preguntado si es cosa de mujeres solo tener hijos, perderlos y cruzarse de brazos mientras los hombres se unen para luchar: «¿Qué justicia proclamas si continuáis esclavizando y excluyendo a la mujer de todo ideal?». Cientos de años después, la historia le iría dando su justo espacio.