
- Intento de golpe militar y el bombardeo a Plaza de Mayo |
La primera bomba caía sobre la ciudad. Eran las 12:40 del jueves 16 de junio de 1955, un mediodía frío y nublado que había comenzado como cualquier otro. Para ese momento, en pleno horario en que la gente se movilizaba y salía de sus trabajos para almorzar, un escuadrón de treinta aviones de la Marina y la Fuerza Aérea argentinas sobrevolaba la Plaza de Mayo. A la primera bomba la siguió una ráfaga de balas y un trolebús repleto volaba por los aires. Acto seguido, una lluvia de proyectiles impactaba sobre el techo de la Casa de Gobierno. Una a una, las casi trece toneladas de explosivos que los militares tenían preparadas para lanzar sobre la población atravesaban el cielo de Buenos Aires. Se comenzaban a escribir las páginas del mayor acto terrorista en la historia reciente argentina.
“¡Qué lindo imaginar la Casa Rosada como Pearl Harbor!”, había dicho el capitán de fragata Jorge Alfredo Bassi a sus oficiales de confianza un día de 1953. Sus anhelos no eran exclusivamente propios, sino que representaban el sentir de la oligarquía argentina que, luego del intento de golpe fallido de 1951, esta vez, estaba dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias. Por eso, las Fuerzas Armadas, en defensa de sus propios intereses, apuntaron sobre el pueblo. Si bien nunca hubo datos oficiales, se calcula que 350 personas fueron asesinadas y otras 2000 resultaron heridas. Consumada la masacre, los agresores huyeron hacia el Uruguay.
La ciudad había sido bombardeada según lo previsto y el golpe estaba en marcha. Una vez más, Buenos Aires había visto caer bombas sobre su pueblo: la última había sido a comienzos del siglo XIX, durante los ataques realistas para combatir a la Revolución de Mayo. Esta vez, sin embargo, era la primera en la historia que las bombas eran lanzadas sin guerras mediante y por militares argentinos que atacaban a su propio país. Tres meses más tarde, un 16 de septiembre, se desataba el golpe de Estado. Juan Domingo Perón presentaba su renuncia y el día 23 asumía una junta de generales autodenominada Revolución Libertadora. De este modo, mientras el expresidente partía al exilio, el nuevo Gobierno clausuraba el Congreso y separaba a los miembros de la Corte Suprema y a las autoridades provinciales.
Llegaban así tiempos de persecuciones, prohibiciones y proscripciones. De militares y civiles fusilados, de levantamientos y de una enorme resistencia popular. El FMI entraba al país por primera vez para nunca más salir y la Argentina se preparaba para largos años de dictaduras y gobiernos no democráticos. Y, por si quedaban dudas de cuál era la finalidad de todo esto, el contraalmirante Arturo Rial lo dejaría claro pocos días después del golpe: “Sepan ustedes que la Revolución Libertadora se hizo para que, en este bendito país, el hijo del barrendero muera barrendero”.