ME LLAMAN RODOLFO WALSH

  • Algunas palabras sobre Walsh… según Walsh |

Allá por el año 1966 salía a las calles una publicación que recopilaba varios cuentos de distintos autores, entre ellos, uno de Rodolfo Walsh. Se llamaba “La máquina del bien y del mal” y venía acompañado por un texto del mismo autor en el que dejaba unas palabras sobre sí mismo. «Me llaman Rodolfo Walsh», comienza diciendo, un nombre que, por alguna razón, no terminaba de convencerlo. Entre sus oficios, cuenta, fue limpiador de ventanas, lavacopas, comerciante, criptógrafo en Cuba. Pero, sin lugar a dudas, uno logró cambiar las formas de la profesión en nuestro país: periodista.

Luego de varios textos y novelas cortas, llegaría «Operación Masacre», el libro que transformaría su vida. Durante esos años, nos relata, comprendió que, además de sus «perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior». Y, gracias a estas investigaciones y a su forma de acercarse a los hechos, muchas cosas no volvieron a ser iguales. Luego «me fui a Cuba», escribe, y «asistí al nacimiento de un orden nuevo, contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso». A su vuelta, lo esperaría un silencio de seis años.

«En 1964 decidí que, de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía». Para Rodolfo, hacer periodismo no era una tarea cómoda ni fácil, ya que, del otro lado, siempre estaban los intereses de quienes manejaban el poder. Sin embargo, lejos de la autorreferencia clásica de los intelectuales de salón, Walsh dice no ver «en eso una determinación mística»: «En realidad, he sido traído y llevado por los tiempos». Sobre el final del texto, confiesa que, para él, la literatura es, «entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez». Los años que vendrían serían bastante más agitados, pero en aquel entonces, tal vez, no lo sabía. A poco del golpe de 1976, formó la agencia de noticias clandestina ANCLA con el compromiso de siempre «dar testimonio en momentos difíciles». Meses más tarde, escribiría la “Carta Abierta…”, denunciando los crímenes de la junta genocida, seguramente en una de las muestras más grandes de compromiso con el pueblo de las que tanto hablaba.

Por eso, cuando las corporaciones mediáticas continúan cambiando periodismo por operaciones de prensa, es necesario recordar a quienes hicieron honor a la ética. A Osvaldo Bayer y sus historias olvidadas, a Jorge Ricardo Masetti y sus trabajos en Cuba, a Virginia Bolten y su primer periódico anarcofeminista, a Roberto Arlt y sus textos que ofuscaban a los intelectuales. A Mariano Moreno y el primer periódico argentino, La Gazeta de Buenos Ayres, que salía un día como hoy, pero de 1810. A quienes pusieron y ponen el cuerpo para que la mediocridad de los mercenarios disfrazados de periodistas no se lleve todo por delante. Una tarea tan necesaria como imprescindible.