
- Mijaíl Bakunin |
Mientras el pueblo alimente, mantenga y enriquezca a los grupos privilegiados mediante su trabajo, sostenía Bakunin a mediados del siglo XIX, “estará invariablemente regido y dominado por las clases explotadoras». Pasaron casi dos siglos de cuando pensó y escribió estas palabras y, probablemente, poco quede de aquel mundo. Sin embargo, entre tanta humillación, desigualdad y violencia perfeccionada por quienes históricamente se apropiaron de todo, muchos de sus conceptos continúan más vigentes que nunca. Su sueño de pensar la libertad sobre las bases del bien común parece seguir siendo no solo necesario, sino imprescindible.
Nacido un 30 de mayo de 1814 en el Imperio ruso, Bakunin creció en un contexto de rebelión contra el zarismo y de brutales represiones. En medio de una sociedad que sufría miseria y hambre, fue concibiendo la revolución como la única vía posible para la emancipación. Si bien no afirmaba que esta debería ser exclusivamente viable bajo métodos violentos, comprendía que era inverosímil creer que los sectores dominantes, responsables de la violencia social, estarían dispuestos a aceptar un nuevo sistema bajo el cual no pudieran lucrar con la explotación. En este mismo plano, advertía también sobre el peligro de la gestación de un socialismo autoritario, entendiendo que este, indefectiblemente, traería consigo el germen de la opresión.
Así, a lo largo de su vida, se dedicaría a pensar el anarquismo, considerando que solamente de este modo «la inteligencia, la dignidad y la felicidad humana pueden desarrollarse y crecer». Esa libertad que consiste en la posibilidad de progreso «de todas las capacidades materiales, intelectuales y morales que permanecen latentes en cada persona». Esto, diría, no puede ser posible ni con la constitución más democrática, «porque el hecho económico es más fuerte que los derechos políticos» y allí es donde surge la desigualdad. Para Bakunin, solo donde cada persona disfrute “del mismo modo de los mismos derechos humanos» es donde se desvanece el privilegio. Es por esto que, «fuera cual fuera el autor o la víctima», el pueblo debe siempre levantarse y luchar.
El tiempo iría abriendo incontables aristas dentro del movimiento anarquista, pero siempre bajo la premisa de un mañana de equidad y dignidad, con la ética y la solidaridad como pilares imprescindibles en todas sus manifestaciones. De allí fueron surgiendo gran parte de las figuras más memorables de la lucha del pueblo por el pueblo. De Errico Malatesta a Emma Goldman, pasando por Louise Michel o Simón Radowitzky, quienes irían sembrando la historia a su paso siempre en pos de aquel sueño eterno de «buscar la felicidad en la felicidad de los otros» o la «dignidad en la dignidad de los que me rodean». De, por sobre todas las cosas, “ser libre en la libertad de los otros».
