
- El secuestro y desaparición de Raymundo Gleyzer |
La voz en el teléfono se escuchaba nerviosa. Hablaba rápido, casi sin respiro. Greta permaneció en silencio mientras trataba de procesar lo que oía: «¡Usted no sabe, al señor Raymundo lo asaltaron, esto es un desastre!». Cuando logró recuperar el aire, Alicia le dijo que había llegado aquel día para limpiar la casa como todos los sábados y se había encontrado con la puerta de entrada destruida. Parecía desahogarse mientras intentaba explicarle a Greta que su hermano no se encontraba allí, que todo el departamento estaba dado vuelta y que, seguramente, habían sido ladrones porque faltaban muchísimas cosas. Las almohadas y los colchones estaban cortados, se habían llevado la ropa, sus libros y la comida estaba tirada por todo el suelo. «¿Él no volvió de viaje todavía, no?», preguntó. El silencio duró pocos segundos. Costaba decir que sí, que había vuelto hacía seis días.
Esa mañana, asustada, Alicia golpeó la puerta de la vecina para preguntar si sabía algo de lo ocurrido. La señora le contó que había visto a unos hombres sacando cosas de la casa de Raymundo y que, ante la duda, les había preguntado si el joven que vivía allí se estaba mudando. Sin dar demasiadas explicaciones, le dijeron que sí, y que había «mudanza para rato». Unos días atrás, pese a que la dictadura lo buscaba, Raymundo había decidido volver al país por un tiempo y se había puesto en contacto con su gente. Se lo notaba alegre, y decía estar entusiasmado con un nuevo proyecto. Durante esos días, su hermana Greta lo había llamado en varias oportunidades hasta que, una vez, su voz en el contestador dejó de sonar.
Greta y la compañera de vida de Raymundo, Juana, decidieron ir inmediatamente a la comisaría del barrio. Allí, un oficial les respondió que tenía “como 20 procedimientos por día» y que, además, no podía mandar a un policía para cada caso que le reclamaban. Por último, le diría a Greta que vaya a la casa, “abra y haga como le parezca». Desesperadas, y aun sabiendo que los militares podían estar vigilando la zona, partieron hacia el departamento de Raymundo.
El tiempo corría más rápido de lo normal. Cuando llegaron al edificio, Greta dijo que quería quedarse en el auto y Juana se llenó de fuerzas para entrar. Fue directo hacia el piso y allí se encontró con el cuadro que Alicia había descripto. Todo estaba destruido y parecía que nada podía haber sobrevivido. Juana caminó por la casa y observó a su alrededor. Los militares se habían robado el proyector, las fotos, los discos, la plata, todo. Hasta la alfombra faltaba. Además de desaparecer a Raymundo, había que desaparecer su esencia. Sin embargo, en su desenfreno de bestialidad e impunidad, fallaron en lo más importante: allí, frente a ella, estaban todas las latas de negativos de sus filmaciones. Su verdadera imagen, su obra, perduraría para siempre.