LAS BUENAS MUCHACHAS

  • La fuga de la Cárcel del Buen Pastor |

El militar e interventor Raúl Lacabanne se mantenía enérgico en su discurso. Aun bajo el manto de la democracia, sabía que contaba con el apoyo del Gobierno que lo había designado en el cargo. Hacía más de un año que el presidente Perón había ordenado intervenir la provincia de Córdoba asegurando que era «un foco de infección». Aquella noche del 24 de mayo de 1975, pasadas las 20:30, Lacacanne sostenía con autoridad que estaba «totalmente derrotada la subversión en Córdoba». Pero su victorioso discurso estaba a punto de ser interrumpido. Será en ese momento que un periodista se acercó, le tocó el hombro, y le dijo: «Oiga, brigadier Lacabanne, se le fugaron las presas políticas del Buen Pastor». Por primera vez, el militar se quedaba sin palabras.

Minutos atrás, desde la iglesia de los Capuchinos, comenzaban a escucharse las primeras melodías del Ave María. La música llegaba hasta la calle y la gente curiosa se amontaba en la puerta para mirar. Adentro, una mujer vestida de blanco caminaba hacia el altar. En ese momento, un plan organizado por 200 integrantes del PRT se estaba poniendo en marcha. En una esquina de la ciudad de Córdoba, una bomba estalló. El estruendo resonó llamando la inmediata atención de las fuerzas represivas. Al segundo, le siguieron otras explosiones en otros lugares estratégicos. Algunas barricadas aparecieron entre las calles y desde los edificios alguien vio fuego de molotovs. Mientras la policía y los paramilitares se mantenían ocupados, en la única cárcel de mujeres de la provincia, a pocos metros de la iglesia, comenzaba una fuga histórica.

El día elegido era un sábado. Un grupo de presas políticas, militantes del PRT, habían decidido que sería el mejor momento ya que los centinelas solían entretenerse mirando a un grupo de presas que bailaban cuarteto. Mientras eso ocurría, ellas debían escapar por una ventana que se encontraba a dos metros de altura. Esa ventana, con barrotes y vidrio, era la única barrera que las separaba de la calle. Sin demoras, organizaron las tareas de cada una y armaron una escalera para subir. En aquel momento, desde la calle, alguien enganchó un cable de acero a los barrotes, dio la orden, y un vehículo arrancó. Acto seguido, las rejas golpearon contra el piso. Las mujeres rompieron el vidrio y, una a una, comenzaron a saltar.

Tal y como lo habían previsto, los guardias no vieron nada. Estaban demasiado ocupados observando el baile. Una vez en la calle, emprendieron rumbo y se fueron dividiendo por las manzanas del barrio. Algunas aprovecharon para camuflarse entre la gente que se encontraba en el casamiento hasta dar con los autos que las esperaban. Cada segundo era eterno. Tiempo después, sonó un silbato en el penal. Pero ya era demasiado tarde. Veintiséis mujeres se habían escapado en pleno centro de una provincia que, para ese entonces, funcionaba como laboratorio de pruebas para lo que vendría durante la dictadura.