
- Soghomon Tehlirian | Sobre la justicia por mano propia y el genocidio armenio |
Amanecía sobre el barrio de Charlottenburg, Berlín. Como cualquier día, la gente salía para comenzar con sus actividades y nada parecía romper con la rutina de la semana. En una vereda, un joven armenio llamado Soghomon Tehlirian aguardaba mientras observaba a las personas pasar. En un momento, alguien llamó su atención y, con suma tranquilidad, cruzó la calle. Sin acercarse demasiado, buscó cerciorarse de que el hombre que caminaba enfrente era quien esperaba. Tras un instante, descubrió que no había error: era Talaat Pasha. Acto seguido apuró el paso hasta llegar a su lado. Era 15 de marzo de 1921 y estaba a un segundo de vengar una de las mayores masacres de la historia, a un segundo de hacer justicia.
El reciente genocidio orquestado contra el pueblo armenio había finalizado. La misión estaba cumplida y sus digitadores habían buscado un poco de tranquilidad después de tanta sangre y violencia. Así, Talaat Pasha, uno de los tres oficiales que lideraron a los Jóvenes Turcos y responsable de la deportación armenia, huía tranquilo hacia Berlín. Pese a que esto lo había puesto en la mira de los tribunales militares sobrecayendo sobre él la posibilidad de una condena a muerte, como suele ocurrir, el nuevo poder reinante borró con el codo los crímenes oficiales del pasado. Sin embargo, como tantas otras veces, lo que la Justicia no hace, lo termina haciendo el pueblo.
Tras dar unos pasos a su lado, Tehlirian metió la mano en el bolsillo y buscó su arma. Sin perder tiempo, apuntó y apretó el gatillo. Un tiro certero fue suficiente para que Pasha cayera al piso. Inmediatamente, la multitud se arrojó contra el joven en medio de gritos y golpizas que buscaban inmovilizarlo. A los pocos minutos era detenido por la policía. Tehlirian, miembro de la Federación Revolucionaria Armenia, había cumplido parte de lo que era la Operación Némesis. El derecho de matar al tirano, esa premisa sostenida durante tantos años por anarquistas.
En el juicio, Tehlirian narró la deportación sufrida por él y su familia durante el genocidio. Así, cuando el juez le preguntó si sentía culpa, este contestó: «Yo no me considero culpable porque mi conciencia está tranquila. He matado a un hombre, pero no soy un asesino». Luego de un poco más de una hora de debates, el jurado lo declaraba inocente. Fallecería un 23 de mayo de 1960, tras haber vengado la muerte de un millón y medio de personas. Durante el juicio, su abogado defensor resumiría todo en una pregunta: «¿Hay algo más humano que lo que se nos ha presentado aquí?».