
- Agustín Tosco |
«Los monumentos en la Argentina no están para los hacedores de la dignidad y de la solidaridad, sino para los generales genocidas», escribía alguna vez Osvaldo Bayer. Tal vez sea porque, solamente de esa forma, los asesinos del pueblo pueden mantenerse presentes, imponentes, resistiendo desde la altura sin caer en la humillación del olvido. Allí, impuestos e inalcanzables, se erigen los torturadores y los grandes despreciadores de quienes nunca quisieron más que justicia, de esas personas que se mantienen vivas en cada lucha a pesar del paso del tiempo. De quienes no pudieron callar ni con la muerte. Héroes y heroínas a quienes el pueblo alzó en el monumento más grande: la memoria.
El 22 de mayo de 1930, nacía en Córdoba Agustín Tosco, aquel hombre que fue imprescindible en una de las rebeliones más justas y memorables de nuestra historia como lo fue el Cordobazo. Ese que no creía en personalismos ni directivas sectarias, pero siempre iba al frente entendiendo que era un deber. Quien nunca quiso ni se interesó en gozar de ningún tipo de privilegio ni beneficio. Pese a que se ofreció para colaborar, eligió no formar parte de quienes llevaron a cabo la fuga del penal de Rawson porque quería que lo liberaran “los trabajadores con sus acciones solidarias”. «Hago lo que hago porque quiero a la justicia», dijo una vez, sabiendo que no solo debe luchar contra la injusticia «quien la padece, sino también quien la comprende».
Tosco vivió bajo la firme creencia de que, solo si «todos los que tenemos un concepto de justicia y equidad» luchamos a la par, se podría «construir una nueva sociedad que permita al hombre salir de la enajenación a que lo conduce este sistema que afecta hasta el derecho de vivir». Sobre el final de sus días, debió sobrevivir entre persecuciones del Gobierno de María Estela Martínez de Perón y el paso obligado a la clandestinidad en medio de una dura enfermedad. Allí, como podía, recibía una escasa atención médica junto a quienes arriesgaron sus vidas hasta el último minuto para que la patota de López Rega, la Triple A, nunca tuviera el gusto de encontrarlo.
Hoy, cuando muchas veces pareciera hacer falta un Gringo, es preciso seguir recordando a esa persona que vivía como soñaba que debían ser las cosas. Quien se definía como «un trabajador que trata de ser consecuente con sus ideales y su causa» al servicio de su clase y de su pueblo. Porque creía firmemente que “siempre es necesario encontrar las coincidencias para la acción y para la lucha en base a la unidad. Con ello lograremos los triunfos que anhelamos. Como lo enseña la historia del movimiento obrero”. Ese, el Gringo, Agustín Tosco, el que a fuerza de dignidad y solidaridad se ganó el derecho de inmortalizarse en el monumento de la memoria y el respeto popular.