CON EL PUEBLO UNIDO

  • El Rosariazo |

Un grupo de estudiantes aparece corriendo a toda velocidad. La gente los ve llegar desde la esquina y doblar mientras las balas les pasan cada vez más cerca. En la otra cuadra, un comando policial apunta y aprieta el gatillo. En el medio, viendo cómo sus destinos ahora penden del azar, decenas de personas que caminan por la calle escuchan los disparos. De aquí en más, todo sería desesperación. Quienes pueden, corren dentro de una galería o se reclinan contra las paredes. Atrás llega la policía, desesperada, comenzando a golpear a mansalva entre súplicas y gritos de quienes no entienden lo que ocurre. Y, en la barbarie, un oficial dispara. Cuando todo pasa, queda el cuerpo de un joven, Adolfo Bello, con el rostro lleno de sangre.

Argentina era un hervidero social. El sueño del dictador Onganía de mantenerse en el poder por el tiempo que quisiera comenzaba a desmoronarse como un castillo de cartas. En la semana, hartos de ajustes y torturas policiales, se habían levantado las provincias de Tucumán, Córdoba y Corrientes. El asesinato de un joven el 15 de mayo de 1968 había generado un dominó de protestas en las universidades del país. Y Rosario no sería la excepción. Al día siguiente, tras el intento de frenar asambleas estudiantiles y suspender las clases por tres días, una ola popular avanzaría sobre la ciudad. Era el comienzo del Rosariazo.

A la masiva reunión de estudiantes le siguió la acción. Miles y miles de jóvenes marcharon por Rosario para tomar la ciudad entre represiones, balas y corridas. Los días siguientes, mientras el ministro del Interior acusaba a la actividad política de los conflictos, se organizaban ollas populares y se pedía parar el país. Las calles fueron tomadas por el pueblo y se realizaron quemas de vehículos y barricadas en defensa. Ante la violencia de la dictadura, la gente ofrecía su resistencia. Otra bala se llevaría la vida de un joven de 15 años, Luis Blanco. Pero ni el Estado de sitio, ni la justicia militar, ni la pena de muerte decretada lograron amedrentar a la población. Una multitud asistiría al entierro. Comenzaban a aparecer los sacerdotes del Tercer Mundo desobedeciendo a las autoridades y el pueblo se unía en lucha.

Con el tiempo, la ciudad fue tomada nuevamente por las fuerzas de la dictadura. Pero nada volvería a ser igual. Aquel día en que la policía encerró a la gente en la galería a fuerza de palazos y golpes, quienes se encontraban dentro aguardaron a que los uniformados se retirasen para ponerse de pie. Detrás, sobre unas escaleras, el estudiante Adolfo Bello yacía en el piso, lleno de sangre y con un disparo en la cabeza. La policía no había fallado. Mientras desde el poder hablaban de extremistas y subversión, a kilómetros de allí, se avecinaba un nuevo levantamiento: el Cordobazo.