
- El asesinato de Carlos Mugica |
La misa había terminado. Dentro de la parroquia, el padre Carlos Mugica ordenaba sus cosas. Eran las 20:15 del 11 de mayo de 1974 y, mientras charlaba con su amigo Ricardo Capelli, cruzó la puerta y continuó rumbo hacia la vereda. Allí, bajo una tenue llovizna, conversaron entre despedidas. Antes de subirse al Renault 4, Mugica vio a un hombre que aguardaba a dos metros de distancia. Inmediatamente, se escucharon los primeros disparos. Carlos retrocedió, trastabillando, buscando sostenerse en pie. Logró alcanzar la pared y se deslizó apoyando su espalda en ella hasta llegar al piso. Casi sin fuerzas, inclinó su cabeza intentando encontrar respuestas.
Los disparos fueron certeros. Catorce balas habían dado en su cuerpo y cuatro en el de Ricardo. Una ráfaga de ametralladora y varias personas tirando para que no hubiera margen de error. Había que asesinar al «sacerdote de los pobres», ese hombre que luchaba contra «las jerarquías clericales comprometidas con el dinero, el privilegio y el desorden establecido». Que sabía que los pueblos son los verdaderos artífices de su destino. El que había aceptado colaborar con el nuevo Gobierno de Perón para recibir recursos para las villas, pero había dado un paso al costado por López Rega. Algo demasiado caro en tiempos de la Triple A. Allí, ensangrentado, observó a su amigo mientras el coche desde el que habían disparado arrancaba a toda velocidad.
Entre la confusión generalizada, alguien se apuró y los subió a un auto para trasladarlos al hospital Salaberry. Pese a la urgencia, entre transfusiones, calmantes y segundos que valían una vida, Mugica solicitó que lo atendieran primero a Ricardo. Larcade, el médico, insistió en vano en que era preciso que comenzaran con él. Su caso era más urgente. Pero no hubo forma y, sin perder más tiempo, Ricardo ingresó al quirófano. Afuera, mientras tanto, un grupo personas de uniforme y de civil aguardaban impacientes. Necesitaban asegurarse de que todo había salido tal y como se había pensado. Cuando Larcade informó su muerte, se retiraron. Era una banda de mafiosos “que lo único que buscaba era la certificación», diría el médico.
Aquel día, Ricardo logró sobrevivir. En el hospital, mientras se recuperaba, fue visitado por el yerno de López Rega y, tras verse amenazado, pidió a sus amigos que lo sacaran del lugar. Años más tarde, diría que una de las personas que se encontraba frente a la parroquia era Rodolfo Almirón, jefe de la Triple A. “López Rega me va a matar”, había advertido Mugica alguna vez. Podía haber elegido, al igual que muchos de sus colegas, una vida de privilegios, silencio y acomodo. Favores y retribuciones que llevaron a tantos otros a alcanzar los más altos cargos en la institución. Sin embargo, para él, y para el pueblo, eligió el camino de la revolución.