DEVELANDO LA HISTORIA OFICIAL

  • El Juicio a las Juntas |

Nueve militares. Tres Juntas. El desfile de unos de los más grandes y sádicos asesinos de la historia argentina avanzaba a paso lento entre los banquillos. Uno a uno, ante la mirada de los jueces y periodistas, iban pasando para ser juzgados. Esos hombres que, ayer mismo, eran dueños y señores de la vida de todo un pueblo, omnipotentes a fuerza de terrorismo e impunidad. Marionetas de un poder mucho más grande que sobrevolaba el continente para mantener el control e imponer políticas. Ese 22 de abril, como probablemente nunca lo imaginaron en sus vidas de ensueños y delirios, eran sentados frente a esa misma Justicia que, tan solo unos meses atrás, manejaban a placer. A partir de ese momento, un fragmento de los más crueles capítulos vividos desde 1976 hasta 1983 iban a ser contados.

Si bien los primeros meses de la tan ansiada primavera democrática estuvieron envueltos en una lógica esperanza, con el tiempo, las primeras sorpresas no tardarían en revelarse. Alfonsín elegiría como vicepresidente a Víctor Martínez, hombre muy cercano al represor Luciano Benjamín Menéndez, y, haciendo caso omiso al pedido de crear una comisión bicameral para investigar los crímenes, decidiría elegir a una “comisión de notables», entre ellos, varios aplaudidores o colaboradores de los represores. Mientras tanto, los ojos del mundo estaban puestos en un juicio histórico.

Por decreto presidencial, no se juzgaría a los ejecutores, sino a quienes daban las órdenes. El proyecto democrático traería consigo las bases para la instalación en la sociedad de la teoría de los dos demonios o, en otras palabras, las responsabilidades igualadas. Según escribiría Ernesto Sabato en el Nunca Más, durante el genocidio el país se vio convulsionado «por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda». El 9 de diciembre de 1985, luego de 530 horas de juicio, el pueblo aguardaba el veredicto. Con la sala desbordada de periodistas, cerca de las seis de la tarde, el juez Arslanián se preparó para comenzar la lectura. Mientras tanto, los jefes militares debían guardar silencio y escuchar

Videla y Massera: condenados a prisión perpetua. Viola: 17 años. Lambruschini: 8 años. Agosti: 4 años y 6 meses. Los cuatro restantes -Graffigna, Galtieri, Anaya y Lami Dozo-, inexplicablemente absueltos. Condena mediante, el tribunal dejaría sentado que los militares habían llevado a cabo un sistema ilícito para reprimir «a la subversión». Se había evidenciado, gracias a la valentía de todas las personas que declararon los horrores vividos, un plan sistemático de represión y exterminio. Poco a poco, se corría el velo de la historia oficial. Luego vendrían las tristes leyes de impunidad. La democracia no llegaba sola. Aún había un largo camino por delante.