EL ENEMIGO PÚBLICO NÚMERO UNO DEL RÉGIMEN

  • Quico Sabaté y el atentado anarquista al comisario Eduardo Quintela

Quico Sabaté observó hacia la esquina. A su lado, su hermano José tomaba nota. Se encontraban en la calle Marina, a pocas cuadras de la Sagrada Familia, en Cataluña, un lugar estratégicamente elegido tras largos días de planificación. Según habían corroborado, el margen de error allí sería muy bajo. Habían llegado a la conclusión de que el comisario Eduardo Quintela, jefe de la Brigada Político-Social de Barcelona, encargado de la represión durante los años de la dictadura franquista, pasaba por esa esquina con su coche todos los días. Salía de la Jefatura de Policía y, si bien no siempre elegía el mismo recorrido, solía transitar esas calles para llegar a su domicilio. No podían fallar.

El 2 de marzo de 1949, a las 13:45, mientras Quintela se dirigía a su hogar, una camioneta se detuvo en la calle Marina. Quico bajó de ella y fingió estar revisando algún inconveniente con el motor. A metros de él, su compañero Aguayo caminaba a paso lento. Llevaba un sombrero marrón y, de tanto en tanto, Quico giraba para observarlo. En la vereda de enfrente, tres hombres armados aguardaban dentro de un Fiat. Diez minutos más tarde, Aguayo levantó la mano y se quitó el sombrero. Era la señal que esperaban. A los pocos segundos, el coche apareció por la esquina. Quico sacó su metralleta y apuró el paso para quedar lo más cerca posible del auto que se acercaba. Luego, disparó. Súbitamente, el vehículo se detuvo y dos hombres salieron corriendo.

En ese momento, las puertas del Fiat se abrieron y los tres anarquistas interceptaron a quienes escapaban. Con la situación ya controlada, Quico se acercó al auto para identificar a las víctimas. Con solo ver su expresión, el resto comprobó que algo había salido mal. Dentro, se encontraban dos reconocidos integrantes del Frente de Juventudes, único partido político autorizado durante la dictadura de Franco, junto a su chofer. Uno de ellos, al igual que el hombre al volante, estaba muerto; el otro, herido. Antes de abandonar el lugar, Quico observó al chofer sin dejar de pensar que parecía ser algo más que una casualidad que un hombre idéntico al conductor de Quintela llevase a esos hombres, con el mismo vehículo, a la misma hora, y por el mismo lugar. Una extraña coincidencia que nunca podría esclarecer.

En los días siguientes, Cataluña fue el epicentro de la represión de Franco y Quintela. La gente era detenida por la calle, las reuniones fueron prohibidas y se realizaron allanamientos. Policías de toda España fueron trasladados para cazar a los responsables, y oficiales de civil conducían taxis para detener a quienes creían sospechosos. A pesar del desmedido operativo, no pudieron dar con los anarquistas. Años más tarde, llegó a Quintela la noticia de que Quico había sido detenido. Inmediatamente, el comisario dejó toda actividad y partió sin demoras para ver cara a cara a su enemigo caído. Sin embargo, no debió haber sido poca su sorpresa cuando le informaron que, pese a la rigurosa vigilancia, Quico Sabaté, “el enemigo público número uno del régimen», se había escapado.