EL ÚLTIMO MALÓN O CÓMO CONSTRUIR UN ENEMIGO

  • La masacre de Fortín Yunká |

Para cuando los soldados Almeida y Bustos regresaron, el sol ya se había escondido en el horizonte. Habían dejado el Fortín Yunká hacía algunas horas para cumplir con una comisión y, al volver, se encontraron con un escenario que, definitivamente, nunca habían imaginado. Frente a ellos, quince personas, entre soldados y sus familiares, yacían degolladas en el suelo. De inmediato, se dispusieron a documentar los hechos y a buscar sobrevivientes. Una vez terminada la tarea, tomaron sus pertenencias y partieron sin demoras para informar a sus autoridades. Cinco días más tarde, junto al ejército, volverían a pisar el lugar.

El calor no daba tregua en el norte de Formosa. Aislado, el Fortín Yunká no era más que un conjunto de pequeños ranchos de paja y adobe donde los soldados eran enviados por el Gobierno para vigilar una zona olvidada, pero que delimitaba el territorio argentino del paraguayo. Pese a lo que se pudiera decir oficialmente, lo único que representaban estos perdidos fortines era algo que no contemplaba a quienes habitaban la zona. Luego de atravesar territorios tupidos y descifrar los caminos entre el monte, el ejército finalmente llegaba a Yunká.

Allí declararían que 7 militares habían sido asesinados y, a pesar de que había mujeres y menores, no considerarían importante dejarlo por sentado. Otra cosa que no informarían es que las familias pilagá tenían buenas relaciones con los soldados y que, cerca del fortín, había huellas de vehículos que se perdían hacia el norte. Justamente camino a Paraguay, donde vivía la comunidad macá que no tenían buenas relaciones con los pilagá. Preparado el sepulcro, clavarían una cruz de quebracho junto a los montículos de tierra. Si bien todavía no tenían ningún dato sobre cómo se habían dado los hechos, sobre la madera pondrían: «19 de marzo de 1919. Muertos traidoramente por los indios». Tras una superficial observación de las evidencias, llegaron a una conclusión: había sido un levantamiento pilagá.

La represión quedaría en manos del mayor Gil Boy y, el 28 de marzo, llegaba a la zona para encontrarse con las mismas huellas y percatarse de que había harina caída a lo largo del recorrido hacia Paraguay. Contra toda prueba, la noche del 7 de abril, los militares atacaron a las familias pilagá e incendiaron sus casas. Nadie recopilaría datos de la masacre, pero se sabe que no hubo heridos entre los uniformados. A más de 100 años de los hechos, ni el Ejército ni el Estado reconocieron la masacre. Las reseñas turísticas hablarán del «último malón» y la historia oficial se repetirá en manuales y medios. En Formosa se erige un pequeño monolito con una placa en conmemoración que, si se lee con algo de atención, tal vez evidencie un poco los hechos. Paradójicamente levantado por los militares, el texto homenajea a los soldados y a la armada «traidoramente ultimada por los indios macaes».