CUANDO VENGAN A VENGARME

  • Lepa Radić |

No. Una y otra vez le hacían la misma pregunta, una y otra vez volvía a responder lo mismo. Escuchaba con calma, miraba a los ojos y decía: no. Así, la escena se repetía hasta el hartazgo. Los oficiales nazis no podían creer que una joven de apenas 17 años soportara con estoicismo los brutales castigos sin quebrarse ni ceder ante las amenazas. El invierno no daba tregua en la helada Yugoslavia y los uniformados de la SS se turnaban para torturarla sabiendo que la información que podría darles sería sumamente valiosa. Sin embargo, pese a todo, no mencionaba un solo nombre. Ni uno. Alguien volvió a preguntar quiénes eran sus cómplices. Cuando ya casi no podía hablar y era evidente que le costaba respirar, se hizo silencio y nadie dijo una palabra más. Al rato, contestó: «Lo sabrán cuando vengan a vengarme».

Cuando aún era demasiado joven para sostener un arma, entre estudios primarios y pasión por la literatura, Lepa Radić veía a su tío Vladeta participar de las luchas de liberación. Para ese entonces, Lepa lo ayudaba escondiendo las armas que recolectaba del antiguo ejército yugoslavo y escuchaba historias de un inminente levantamiento. Dicen que desde niña quiso estar en el frente y que tenía una personalidad fuerte forjada por su condición de sobreviviente. Que era seria, pero que nunca perdía su ternura, y que su sueño era seguir los pasos de su tío. Por eso, apenas cumplió 15 años, se unió a las juventudes comunistas para, en poco tiempo, ya formar parte del Partido Comunista de Yugoslavia.

En diciembre de 1941, los miembros de la Ustasha -organización terrorista nacionalista aliada al nazismo que buscaba la independencia de Croacia- arrestaron a Lepa y a su familia. Para ese entonces, la Ustasha desplegaba una violenta y cruenta persecución contra la población gitana, judía y serbia, en pos de crear lo que denominaban una nación étnicamente pura. El 23 de diciembre, tras 20 días de arresto, un grupo partisano ayudó a Lepa y a su hermana Dara a escapar. De ahí en más, su camino quedó marcado para siempre: tras ser liberada, se unió con su hermana a la compañía partisana.

Tres días antes de su muerte, Lepa caminaba entre la nieve buscando sobrevivientes de la batalla de Neretva para trasladarlos a un refugio. Sería en ese momento en el que, cercada por los nazis mientras ayudaba a mujeres, niños y niñas, disparó sus últimas balas hasta ser capturada por la SS. Sin embargo, pese a las torturas para sacarle información, no hubo forma de doblegarla. Finalmente, el 8 de febrero de 1943, fue condenada a muerte por ahorcamiento. Parada junto al árbol del que la iban a colgar, antes de dejarla caer, sus verdugos volvieron a pedirle nombres a cambio de su vida. Ella no dudó: «No soy una traidora de mi gente». Luego, su grito se quedaba sin aire para pasar a ser historia viva en la lucha de los pueblos.