HORADANDO EN LA MEMORIA

  • Osvaldo Bayer |

¿Cómo se rescata del olvido la historia, la historia verdadera, esa que quisieron arrebatarnos para reemplazarla por fábulas de generales desbordados de medallas y genocidios revestidos de heroicidad? ¿Cómo se reescriben las páginas arrancadas de quienes, desde el anonimato total, “salieron a la calle a dar sus gritos de protesta y fueron masacrados, tratados como delincuentes, torturados, robados, tirados en alguna fosa común”? ¿Cómo se saca del ostracismo las luchas de todas esas personas que dieron sus vidas soñando erradicar la omnipotencia de esos pocos que se creen amos y señores de todo? Un 18 de febrero de 1927, en la provincia de Santa Fe, nacía un hombre que estaba dispuesto a dejarlo todo en el intento.

Historiador y periodista, desde sus comienzos Osvaldo Bayer fue abriendo caminos. En la Patagonia, donde fundó el periódico independiente La Chispa para luego ser expulsado a punta de pistola por gendarmería, o con sus trabajos que lo llevarían a las listas de la Triple A, siempre fue encontrando la forma de dar voz a quienes no la tenían. A contracorriente del poder, recordando a esos “indios piojosos” que Roca ofreció como esclavos o a esas “chinas” que rifó como sirvientas luego del genocidio. A Severino y a América, a Radowitzky y a Wickens, la dignidad de las putas de San Julián y a los peones de una Patagonia rebelde que solo pedían lo mínimo.

Osvaldo anhelaba un mundo distinto. Más justo, más equitativo. Una sociedad «sin clases ni pobrezas». Sin dictaduras, «ni siquiera la del proletariado». Nunca se cansó de repetir que era su sueño, pero sabía también que «en la vida hay que luchar para lograrlos». Socialista libertario, anarquista, siempre se encargó de advertir los peligros de todo sectarismo o dogmatismo de quien se erige “como juez de la historia”. Por eso recordaba al Che o a Santucho, a las Madres de Plaza de Mayo o a Tosco, a Zapata o a Sandino, acentuando que toda lucha es mucho más grande que cualquier bandera que sostenga «totalitarismos de pensamiento».

Hoy se lo recuerda con el puño bien el alto. Como siempre. Haciendo de su consecuencia y solidaridad parte imprescindible de nuestros pasos, avanzando a la par de las huellas que formó y labrando entre sus sueños para el porvenir. Aprendiendo del oficio del que fue ejemplo, entre sus páginas, sabiendo que siempre es más justo gritar verdades que callar miserias. Recordando que “la ética no se rinde nunca. O mejor aún, jamás. A veces pueden pasar siglos, pero sigue horadando en la memoria. Y de pronto, está ahí, frente a nosotros”.