
- Kurt Wilckens y el ajusticiamiento del coronel Varela |
Tal y como lo había previsto, aquella mañana Kurt Wilckens amaneció muy temprano y salió rumbo a la estación. Probablemente, ya que la tarea que le deparaba el día no era de su agrado, algunos pensamientos encontrados lo invadieron mientras aguardaba el tranvía. Tras un corto viaje, bajó en Plaza Italia y caminó a paso tranquilo con un paquete en la mano. Sabía que debía dirigirse hacia el oeste por Santa Fe hasta doblar en Fitz Roy. Con el paso de la mañana, las calles se fueron llenando de gente y de autos que iban de un lado al otro. Sin embargo, pese al tumulto en la ciudad, el obrero anarquista de origen alemán ya había trazado su plan.
Cuando llegó a destino, observó el cartel con la numeración: 2461. Estaba en el lugar correcto. Su reloj marcaba las 7:15, por lo que decidió aguardar pacientemente, sin darle demasiada importancia a los cuarteles de Infantería que estaban justo en frente. Minutos antes de las 8:00, la perilla de la puerta giró y un militar salió con una niña de la mano. Bajo la atenta mirada de Wilckens, ambos intercambiaron algunas palabras en la vereda hasta que la niña dijo que se sentía mal y el militar la levantó en brazos para llevarla nuevamente adentro. No mucho después, la puerta volvió a abrirse y ahora el uniformado salió solo, diario en mano y sable prolijamente enfundado. Años atrás, el teniente coronel Héctor Benigno Varela había sido el ejecutor impune en la matanza de obreros del sur argentino. El brazo armado de la Patagonia Trágica, el fusilador de 1500 peones rurales.
Tras corroborar que definitivamente se trataba de él, que no había margen de error alguno, Wilckens no dudó en avanzar. A paso lento, caminó unos metros en dirección a la casa. Cuando Varela estuvo lo suficientemente cerca, el anarquista salió a su paso, levantó su arma y apuntó. En ese mismo momento, una niña, sin notar lo que estaba ocurriendo, se cruzó por delante del militar. Sabiendo que ya no había marcha atrás, Wilckens la tomó de un brazo y la apartó mientras Varela observaba desconcertado.
Fue entonces cuando Wilckens arrojó una bomba al suelo. Las esquirlas dieron en las piernas de Varela y alcanzaron al anarquista. Tras sentir el impacto, entendió que ya no podría huir como había planeado. Acto seguido, sacó nuevamente su revólver y disparó. Fueron cuatro tiros certeros que terminaron con la vida del reconocido militar, los mismos cuatro tiros que ordenaba darles a los obreros rendidos en la Patagonia. Tras el hecho, quienes estaban presentes se abalanzaron sobre al anarquista mientras este ofrecía su arma sin resistencia. Desde el piso, dijo con serenidad a los policías que llegaban enfurecidos: «He vengado a mis hermanos».