
- Jorge Di Pascuale |
Jorge aguardaba de pie junto a la puerta. Observaba pensativo mientras el resto festejaba entre abrazos y desahogos. Era marzo de 1973 y la noticia de que Héctor Cámpora finalmente había ganado las elecciones indicaba que, de una forma u otra, Perón volvía al poder. Parecía ser la coronación de largos años de lucha y resistencia. Era el fin de las dictaduras, de Gobiernos antidemocráticos y de proscripciones. Sin embargo, para Jorge Di Pascuale lo que se avecinaba no iba a ser nada fácil. Esa noche se mostró visiblemente angustiado y cabizbajo. Lejos de la algarabía generalizada, advirtió: «Es trágico lo que viene».
Atrás quedaban los años de choques con la dictadura, su participación en la toma del Lisandro de la Torre, sus conversaciones con el Che en Cuba o las elecciones a diputado que ganó ampliamente para luego ver cómo Arturo Frondizi las anulaba de un día para el otro. Ahora, veía el país cambiar nuevamente, pero sin presagios de algo mejor. Compañero de Tosco y de Rodolfo Walsh en la creación de la CGT de los Argentinos, Jorge se mantendría inclaudicable en el ala izquierda de un movimiento cada vez más ambiguo. Con el paso de los meses, las amenazas de la Triple A comenzaron a hacerse escuchar. En aquel entonces, llegaban las noticias de los asesinatos de Atilio López, Silvio Frondizi, Rodolfo Ortega Peña y la muerte de Agustín Tosco. Todo ocurría rápidamente. En ese contexto, entre dudas y un peligro latente, sus compañeros lograron convencerlo de que se exiliara.
Para finales de 1975, decidió regresar al país y, pocos meses después, el terrorismo de Estado se hizo oficial. El sindicalismo de liberación, diría, no muere con cuando es intervenido o se lo proscribe, sino que «muere cuando se renuncia a organizar a los trabajadores para el combate, cuando se los deja a merced de los patrones, el régimen y la represión». Por eso, pese a todo, se mantuvo al frente de su sindicato insistiendo en que, cualquier cosa que ocurriera, no pidieran por él, sino “por todos”.
A las 00:30 del 29 de diciembre de 1976, mientras celebraba su cumpleaños, un grupo de tareas irrumpió en su casa. A su familia le dijeron que lo liberarían al día siguiente y, tras robar dinero y pertenencias, se lo llevaron. Su hijo recordaría que Jorge alguna vez le había dicho que, si llegara a pasarle algo, recordara que no era ni peronista ni radical, que estaba siempre con “el trabajador y con el pueblo y con nadie más». Luego de aquella noche, no volvieron a saber más de él. Años más tarde, sobrevivientes del centro clandestino El Vesubio contaron haberlo visto allí. Según testimonios, se estima que el 3 de febrero de 1977 fue sacado del lugar y trasladado. Recién en 2009 se identificarían sus restos en el cementerio de Avellaneda.