PROHIBIDO RENDIRSE

  • El Domingo Sangriento en Irlanda del Norte |

Algunos accesos ya habían sido cortados. Varias esquinas estaban cerradas, y otras se preparaban con barricadas improvisadas. Los vecinos y vecinas de la ciudad irlandesa de Derry habían decidido decir basta a los abusos británicos. Si bien el conflicto venía de muchos años atrás, el detonante de esta nueva manifestación fue la demanda por el fin de los abusos contra los católicos y las recientes persecuciones seguidas de encarcelamientos sin juicio a supuestos integrantes del IRA. En pocos días, cientos de personas habían sido detenidas sin legalidad alguna. Así, el 30 de enero de 1972, el pueblo se ponía de pie. Ninguna fuerza británica podría entrar en lo que sus habitantes llamaban “Free Derry”.

Alertados por la creciente movilización que ya reunía a más de quince mil personas y a sabiendas de que la masiva marcha había planeado llegar el centro de Derry, las autoridades prohibieron que traspasasen las zonas delimitadas. Para evitar que el Gobierno encontrara alguna excusa para la represión, se resolvió que las dos facciones activas del IRA no realizaran ningún tipo de actividad. De este modo, mayor sería el caudal de gente, y todo el mundo estaría advertido de cuáles eran las intenciones de la movilización. Durante el trayecto, además, se optó modificar el recorrido para evitar problemas y finalizar la caminata en una reconocida esquina que llevaba pintada la frase: «Usted está ahora entrando a Free Derry».

Todo transcurría en calma hasta que un grupo de personas que se acercó a las barricadas comenzó a discutir con los soldados apostados del otro lado. Bajo el justificativo de que interpretó que los estaban agrediendo, el teniente coronel Derek Wilford dio la orden de atacar a la población. Lo que vendría luego sería una masacre que quedaría grabada a fuego en la memoria como Domingo Sangriento. Un quiebre sin retorno entre una gran parte del pueblo y el Gobierno del Reino Unido. A los primeros gases les siguieron balas de goma y, en poco tiempo, se escucharon los primeros disparos. Así, los uniformados daban rienda libre a una brutal represión.

Tres chicos de 17 años fueron asesinados junto a las barricadas: uno mientras buscaba un escondite, otro de un balazo en el estómago y el tercero de un tiro en la cabeza. Dos jóvenes más murieron intentando ayudar heridos y otro fue abatido cuando, a gritos, pedía que no tiraran porque estaba asistiendo a alguien. Un joven de 20 años recibió una bala de un francotirador, uno murió sosteniendo un pañuelo blanco y otro fue rematado en el piso mientras advertía que no podía mover sus piernas. En pocos minutos, 13 personas fueron masacradas y otra, herida a pesar de que no participaba de los hechos, falleció meses después. Todas estaban desarmadas. El Gobierno británico intentó encubrir los hechos, pero la noticia era demasiado grande para ser silenciada. Pese a todo, se culpó a los manifestantes y ningún militar ni político fue acusado. Hoy, como en 1688 cuando resistieron una invasión inglesa, el pueblo de Irlanda del Norte continúa enarbolando el viejo lema de «No surrender». No rendirse, jamás.