HECHA LA LEY

  • El levantamiento obrero y la masacre de La Forestal |

Días antes de que Nicolás Avellaneda traspasara el mando de la presidencia a Julio A. Roca, en Santa Fe, el 5 de octubre de 1880, se firmaba la tan esperada ley. Con este aval, el plan estaba en marcha. Lo que vendría luego sería una serie de dudosas coincidencias y negociados peculiares que concluyeron, años más tarde, en que la módica cantidad de dos millones de hectáreas de suelo argentino terminasen en manos de capitales extranjeros. Dos millones de hectáreas cubiertas de quebracho considerada la mayor reserva de tanino del mundo. Así, la compañía inglesa The Forestal Land, Timber and Railways se ponía en marcha. Ya estaba hecha la ley, no habría problemas con la trampa.

El territorio estaba ubicado entre Santa Fe y Chaco. Allí, la empresa comenzó a explotar los bosques sin control, instalando pueblos donde los necesitaba, tendiendo líneas de ferrocarril o montando puertos. Al poco tiempo, sin condiciones impuestas ni reparo alguno, ya era la primera productora de tanino del mundo. Eso sí, todo a fuerza de esclavitud y de una metodología que nada tenía que envidiarle a los tiempos feudales. Entre varios aspectos, los trabajadores recibían sueldos en pagarés canjeables únicamente en los almacenes de la empresa y debían someterse a las fuerzas parapoliciales privadas de La Forestal. Un negocio redondo.

Con los años, los trabajadores comenzaron a alzar su voz. Tras la primera huelga, surgió la primera promesa incumplida y, ante nuevos reclamos, se formaron organizaciones obreras. Finalmente, para finales de 1919, los obreros afiliados a la FORA decidieron parar los trenes. Aprovechando la desidia del presidente Hipólito Yrigoyen, la empresa pudo manejarse a su antojo: esta vez, cortando el suministro de luz y agua a la población. Luego de meses de resistencia y algunas conquistas, para comienzo de 1921 La Forestal ejecutó un lockout, cerró sus fábricas y despidió a cientos de personas. Mientras el diario La Nación hablaba de un soviet, el pretendido caos social estaba en marcha.

El 29 de enero el pueblo desesperado se levantó en busca de justicia, dispuesto a enfrentarse en desigualdad de condiciones si era necesario. Aquel día, cuando se encontraban por tomar las fábricas vacías, la empresa desató una violenta masacre y miles de familias huyeron a los bosques mientras sus viviendas eran incendiadas junto a lo poco que tenían. Si bien no se conocen datos exactos dada la impunidad y el desinterés estatal, se estima que cerca de 600 personas fueron asesinadas. Con la tierra arrasada y sus problemas resueltos, la empresa reabrió un año y medio después. Para el cierre definitivo de sus puertas, faltarían algunas décadas, recién en 1964, cuando se hubiera talado el último árbol. Se llevarían todo, desde las vías del tren hasta el cableado telefónico. Quedaba, como siempre, la sangre y la dignidad de los pueblos.