LA PUERTA DEL INFIERNO

  • La liberación de Auschwitz |

Veintisiete de enero de 1945. Los soldados del Ejército Rojo se detuvieron y observaron. Frente a ellos, envuelto en alambradas que lo protegían, un inmenso complejo, una obra a simple vista aterradora se desplegaba a lo largo y ancho. Era un campo de concentración y exterminio cuya magnitud, hasta entonces, el mundo desconocía. En la entrada, sobre sus cabezas, un cartel de bienvenida los recibía con inscripciones en hierro que decían «Arbeit Macht Frei»: el trabajo libera. En medio de un paisaje de desolación y silencio, los soviéticos se adentraron a través de la arcada. No tenían, aún, dimensión de la abominación que estaban por encontrar. Por delante de sus ojos, custodiado por las abandonadas torres de vigilancia, el infierno de Auschwitz se extendía por kilómetros.

Meses atrás, cerca de Lublin, Polonia, las tropas de la URSS habían dado con Majdanek, el primer gran campo nazi descubierto. Ante el veloz avance de soviético, los jerarcas nazis ordenaron destruir toda evidencia cuanto antes. Auschwitz, el campo de extermino más grande, no fue la excepción y, tras el hallazgo de los campos de Treblinka, Belzec y Sobibor, los alemanes condujeron a los prisioneros a otros campos en lo que llamaban las marchas de la muerte. Sin embargo, gracias al rápido despliegue de quienes les habían dado el golpe de muerte en la batalla de Stalingrado, algunos sectores quedaron intactos. Poco después, Auschwitz era descubierto.

Pese a la cautela con la que ingresaron, la mayoría de los nazis ya habían huido. Lo primero que notaron fue un olor nauseabundo al que definieron como insoportable y, poco después, se toparon con los primeros sobrevivientes en condiciones infrahumanas. Algunos, como podían, se esforzaban por explicar que no eran judíos. Conforme avanzaron, dieron con crematorios, cámaras de gas y montones de pertenencias confiscadas. Metros adelante, se cruzaron con pilas de cuerpos sin enterrar y montañas de cenizas humanas. Cerca de 7000 sobrevivientes fueron rescatados, sin embargo, debido al estado de salud y debilidad en el que se encontraban, algunos fallecieron poco después.

Las descripciones de los soviéticos evidencian la barbarie: «huesos y pilas de zapatos que llegan a varios metros de altura. Hay zapatos de niños en la pila. El horror es total, imposible de describir”. El teniente Gromadsky contó que encontraron doce vagones repletos de cochecitos de bebé. Para los soldados -confesó- fue una situación sumamente traumática. Allí -aseguró- dejaron una parte de sí mismos. Cerca de 1,3 millones de personas fueron enviadas a Auschwitz entre 1940 y 1945, y más de un millón fueron asesinadas. Una de las muestras más sádicas de lo que la humanidad es capaz; un recordatorio perenne de la importancia de la memoria y del compromiso social ante los atropellos y las injusticias. Como diría Primo Levi, sobreviviente del horror, “Ocurrió, por lo tanto, puede volver a ocurrir”.