
- El asesinato de Hrant Dink |
Las amenazas se acumulaban una a una y la situación se tornaba cada vez más asfixiante. Era enero de 2007 y Hrant Dink, periodista nacido en Turquía y de origen armenio, sentía que el cerco se cerraba. Tiempo atrás, había asumido el compromiso de desafiar la versión aceptada de la historia, de hacer visible la verdad. No estaba dispuesto a escribir «sobre las cosas en blanco y negro». Por eso, ese hombre que, además de militante por los derechos humanos, era responsable del semanario Agós, un medio que buscaba ser un puente entre armenios y turcos, percibía que sus días estaban contados. Aun así, estaba decidido a romper con el silencio obligado y poner sobre la mesa lo que hacía décadas era tabú: el genocidio contra el pueblo armenio.
Su trabajo de denuncia periodística, no solo de esta causa, sino de las minorías que conviven en Turquía, lo llevó a ser procesado en varias oportunidades. Era acusado de violar el artículo 301 del código penal que guarda celosamente unas líneas de censura a quienes “agravien públicamente la identidad nacional”. Y, como toda prohibición, tendría sus consecuencias. Día a día, las causas judiciales se fueron sumando y el hostigamiento por pretender hurgar en una herida abierta se fue haciendo cada vez más fuerte.
En aquel entonces, Dink confesó haber perdido totalmente su confianza en «el concepto de ley y en el sistema jurídico de Turquía”, ya que «la Justicia no defiende el derecho de los ciudadanos. Defiende al Estado”. Sin embargo, pese a todo, no torcería su voluntad y, ante los constantes consejos de abandonar el país, fue claro: “Nos quedaremos y resistiremos”. Al fin y al cabo, aseguraba, “tengo derecho a morir donde nací”. El 19 de enero de 2007, frente a la redacción del semanario, sería asesinado. Cuatro balas que buscaban ser suficientes para callarlo para siempre, cuatro balas que llevan más de 100 años de impunidad.
Al día siguiente, una multitud compuesta por grupos turcos, armenios y kurdos, transformó el funeral en uno de los más grandes actos de protesta contra la cárcel y la censura del Estado turco. Dos días antes de su asesinato, Dink daba una entrevista en la que decía sentirse como una paloma: “en un estado constante de mantener mis ojos atentos, mirando a izquierda y derecha, frente a mí y detrás de mí. Mi cabeza es tan móvil y dispuesta a girar rápidamente en cualquier momento. Ese es el precio que pago”. Del otro lado del océano, Osvaldo Bayer pedía recordarlo como aquel hombre que denunció «el genocidio que se había hecho con su pueblo». Como «el Rodolfo Walsh armenio”. Dos hombres que, aun siendo perseguidos, habían elegido no callar ante «los crímenes que se cometían en sus países».