UNA ESPINA DE ROSA

  • El asesinato de Rosa Luxemburgo |

Rosa escuchó al grupo de soldados que le informaban sobre su detención. Buscó su pequeña valija y, sin demasiada prisa, comenzó a llenarla con algunos libros. Imaginó, tal vez, que se trataría de una nueva persecución. Otra más. Otra vez sería interrogada, trasladada y encerrada. Eran las 9 de la noche del 15 de enero de 1919, en Berlín y, si bien había salido de prisión hacía pocos días, ya nada le llamaba la atención. Un año atrás, escribía desde la cárcel: «Es mi tercera navidad tras las rejas, pero no lo tomé a tragedia. Yo estoy tan tranquila y serena como siempre». Su estancia en las penitenciarías ya eran moneda corriente y, más aún, desde que fundara junto a Karl Liebknecht el movimiento Liga de los Espartaquistas.

Desde la cárcel, se había enterado de ese «hito genuino» que fue el nacimiento de la Revolución rusa, eventos «de una grandiosidad y tragedia asombrosa». Al tiempo, se encargaría de recordarle a Lenin que «la libertad solo para los partidarios del Gobierno, solo para los miembros de un partido, por muy numerosos que sean, no es libertad en absoluto». Para los primeros días de 1919, Alemania vivía tiempos que avecinaban grandes cambios. En un contexto de huelga general, y con Rosa Luxemburgo en libertad, los aires de la revolución soviética parecían soplar hacia el oeste.

En aquellos días, el presidente Friedrich Ebert ordenaría a los Freikorps, una milicia paramilitar de extrema derecha, que apagaran inmediatamente todo intento de levantamiento. En esa lista, Rosa y su compañero Karl aparecerían al comienzo. En la puerta del hotel Eden, un grupo armado esperaba su momento. Por eso, cuando aparecieron por la puerta, no les dieron tiempo de reacción. Sería el soldado Otto Runge quien le daría un culatazo en la cabeza y, una vez indefensa, tendrían la valentía de rematarla. Minutos después, Karl sería asesinado en la oscuridad de un parque y Rosa arrojada al canal de Landwehr para intentar desaparecerla. No bastaba con matarla, había que borrar todo rastro.

Cuatro meses más tarde, un trabajador encontró su cuerpo. La espina de una rosa que no pudieron quebrar a fuerza de sangre y sueños de olvido. Una memoria que el pueblo eligió, a contracorriente de los intentos del poder, mantener encendida para siempre. La historia puede ser contada y tergiversada de mil formas, pero algunas cosas no se pueden imponer ni con miles de manuales oficiales ni con falsos héroes de uniformes y medallas. La ética y la dignidad de Rosa Luxemburgo supieron atravesar el tiempo. La lucha por la que dio la vida sigue en pie, hasta que seamos «socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres».