
- Los Sucesos de Casas Viejas |
Para comienzos de enero, el sol tardaba en mostrarse por el horizonte. El frío calaba los huesos y, según decían, la visibilidad disminuía considerablemente. La noche del 11 de enero de 1933 no fue la excepción. Los hombres que aguardaban bajo un cielo oscuro se mostraban impacientes y las ansias de insurrección parecían querer ir más allá de toda organización. No fue mucho después que alguien dio la orden. En ese momento, todos partieron a cumplir con su tarea para bloquear los pasos estratégicos e incomunicar al pueblo. Se cortaron los cables telefónicos y hasta se cavaron fosas para bloquear accesos. Los cruces fueron vigilados y, en poco tiempo, la pequeña localidad de Casas Viejas, en Cádiz, quedaba asilada.
Esa mañana, las primeras luces del alba encontraron a varios campesinos desfilando por entre las calles. Uno de los primeros pasos sería tomar los cuarteles de la Guardia Civil. Estaba terminantemente prohibido ir más allá de lo acordado o abusar de la situación. En otras palabras, si querían proclamar el comunismo libertario, debían construir las bases de como soñaban que debía ser el mañana. No sería mucho después que un guardia y un sargento advirtieron la situación y sonaron los primeros disparos. En ese entonces, las familias salían de sus casas, una bandera negra y roja flameaba en el cielo y el alcalde Bascuñana recibía la visita de un grupo que le informaba que, a partir de ese momento, el pueblo tenía el control del pueblo.
Los títulos de propiedad fueron quemados junto a varios archivos oficiales. Los afectados serían unos pocos, ya que tan solo 42 personas eran dueñas de casi todas las tierras. El resto de las familias vivían en chozas y, con suerte, juntaban lo mínimo para sobrevivir. Todo parecía marchar bien hasta que algo alertó a las autoridades. La empresa telefónica denunció el corte y se informó que el correo tampoco había salido de Casas Viejas. Pese a que quienes se encontraban en la ruta intentaron detener a los trabajadores que arreglaban el cableado, nada pudieron hacer con los guardias que los escoltaban. Poco después, a lo lejos, se divisó la llegada de una patrulla.
Muchas familias desarmadas se refugiaron en sus casas conscientes del destino que les aguardaba. Mientras tanto, los guardias retenidos fueron liberados y comenzó la caza de rebeldes. El principal apuntado era un anarquista de 62 años conocido como Seisdedos. Su choza fue rodeada y, para sorpresa de los uniformados, ni él ni su familia habían huido. Cuando quisieron ingresar se encontraron con una escopeta que los apuntaba. El disparo resonó fuertemente y un oficial cayó al piso. Nadie se rindió. Para el atardecer, la insurrección estaba sofocada y llegó la orden de arrasar con todo. Bajo una noche fría, las llamas se alzaron sobre el techo. Solo dos personas lograron salir; el resto, a partir de ese momento, se harían historia de los pueblos que luchan.