
- El asesinato de Matías Catrileo |
Alguien había alertado la presencia de carabineros. Pese a que sabían que no habían hecho nada que pudiera entenderse como una provocación, no podían confiarse. El resto sucedió en un instante y, para cuando quisieron reaccionar, se escuchó el primer disparo. Era el cabo segundo Walter Ramírez Inostroza quien abría fuego, seguido por el resto. Con armamento de guerra, los uniformados irrumpieron rápidamente y por sorpresa en el fundo Santa Margarita, tierras reivindicadas por la comunidad Lleupeco-Vilcun. Era el 3 de enero de 2008, y las fuerzas represivas del Estado chileno comenzaban uno de los ya incontables ataques al pueblo mapuche.
Entre la desesperación generalizada y las corridas, se escuchó un grito. Mientras la multitud se retiraba, un comunero observó al joven de 23 años Matías Catrileo que se tomaba el costado de su pecho. «Me dieron», le dijo. Una bala certera le había entrado por la espalda atravesándole el pulmón derecho. Delante, tenían un canal que cruzar y Matías parecía cada vez más débil. El comunero se acercó a ayudarlo, le pidió que aguantara y le extendió la mano para impulsarlo hacia el otro lado. Pero Matías ya no tenía más fuerzas para sostenerse y, pese a los intentos de su compañero, cayó.
En cuanto pudo, su gente se acercó para rescatar el cuerpo ya sin vida y protegerlo. Sabían que si caía en manos de los uniformados sería manipulado para tergiversar las evidencias, por eso, decidieron resguardarlo hasta que terminara el ataque. Acto seguido, el cuerpo de Matías fue entregado para que se le hiciera la autopsia correspondiente y la verdad pudiera salir a la luz. Lo que siguió fue una puesta en escena tanto del Gobierno como de la prensa para formar la opinión pública y distorsionar los hechos. Una vez más, se abonaría y regaría hasta el cansancio la teoría del enfrentamiento armado, una historia repetida incontables veces a ambos lados de la cordillera.
Dos años más tarde, la Corte condenó al carabinero responsable a solo 3 años y un día de libertad vigilada por el delito de violencia innecesaria. Así, el pacto de impunidad quedaba sellado. Tiempo atrás, a los 18 años, Matías decía en una entrevista: “Nosotros no somos los indígenas de Chile, nosotros somos mapuche, somos aparte. Somos un pueblo que siempre ha estado aquí, que nació en esta tierra y va a morir aquí”. Como tantos otros, Matías buscaba desde la urbanidad hacer carne la idea de lo que era su pueblo entendiendo que “la autonomía y el control territorial van de la mano” y es la única forma “de reconstruirnos como nación”. Mientras, consecuentemente con sus palabras, ponía el cuerpo en el territorio.