LOS MÁRGENES DE LA PATRIA

  • Felipe Varela |

La mañana auguraba un día caluroso, pero no podían detenerse. Desde temprano, el sol había azotado a la pequeña comitiva que, con pasos firmes, avanzaba desde Catamarca hacia La Rioja. Al frente iba Felipe Varela, montado en su caballo y liderando a su tropa con la determinación propia de quien sabe lo que está en juego. A su lado, hombres y mujeres curtidos por años de lucha seguían sus pasos. Para ese entonces, ya llevaban un largo trayecto y solo habían encontrado pozos secos. No habían conseguido ni una gota de agua. En medio de una situación crítica, Varela decidió continuar. El próximo pozo disponible era el de la estancia de Vargas, a cinco kilómetros de la ciudad. No lo sabían, pero allí los aguardaba el enemigo.

Corría el año 1867. La guerra de la Triple Alianza estaba dejando a la Argentina ensangrentada y dividida. Mientras desde el Gobierno celebraban la victoria, en el noroeste las viejas rencillas federales seguían ardiendo. En ese contexto, con las provincias del interior rechazando la guerra contra Paraguay por considerarla fratricida, Felipe Varela lanzó su «Manifiesto a los Pueblos Americanos», que denunciaba la injusticia y el sometimiento de las provincias a los designios de Buenos Aires. Así, la «Revolución de los Colorados», desconociendo la autoridad de Mitre, se extendió por las provincias del oeste, enarbolando la bandera roja como símbolo de resistencia.

Fue a media mañana del 10 de abril cuando las huestes de Varela, conformadas por gauchos, indígenas y campesinos, se vieron sorprendidas por el ejército enemigo. Comenzaba la Batalla de Pozo de Vargas, un enfrentamiento desigual en el que los federales demostraron su coraje y convicción durante ocho horas de combate. A pesar de su resistencia, la derrota fue inevitable, y con ella se inició el declive de una lucha que llevaba años. Mientras, el Gobierno de Mitre consolidaba su poder y trazaba el rumbo que definiría el futuro del país.

El 2 de enero de 1869 en Pastos Grandes, Salta, Varela libraría su última batalla. Con Sarmiento en el poder, apoyado por un joven Julio A. Roca, y tras la interceptación de una carta que revelaba los planes de los federales, las fuerzas de Varela fueron vencidas. El caudillo, derrotado, partió hacia Antofagasta en busca de refugio en Chile. En el exilio, sumido en la pobreza y con la salud deteriorada, encontró asilo en la región de Copiapó. En esos días, escribía a su esposa e hijo: “Nada les puedo mandar, dispensenmé, estoy pobre, no se agravien conmigo”. Como tantos otros caudillos, Varela había sido una amenaza para las autoridades que ya se sentían dueñas del país y empezaban repartir el territorio a placer. El 4 de junio de 1870, alejado de sus tierras, Felipe Varela murió de tuberculosis. Argentina, por su parte, estaba lejos de ser la patria por la que alguna vez luchó junto a su gente.