
- La Rebelión de Navidad |
El fuego se alzaba devorando todo. Hectáreas de plantaciones de azúcar se consumían segundo a segundo ante la incrédula mirada del vigía. Trastabillando, bajó las escaleras del mirador y corrió hacia la oficina de sus superiores. Intentando recuperar al aliento, avisó que la finca de Kensington, en Montego Bay, estaba ardiendo. Antes de que pudieran siquiera reaccionar, llegó la noticia de que otro incendio se desataba a pocos kilómetros de allí. Los hombres se observaron buscando respuestas que no tenían. En ese momento, cuando se disponían a dar aviso, otro vigía irrumpió en la habitación. Fue suficiente verlo para imaginarlo todo: otra finca entera ardía en llamas.
De inmediato, se elaboró un informe para las autoridades británicas. Allí sostenían que, probablemente, los incendios no habían sido generados por causas naturales. Si bien la nota sembraba el beneficio de la duda, los dueños de las plantaciones hacía tiempo que temían que algo así ocurriera. Para ese entonces, Jamaica llevaba más de 200 años bajo el dominio británico y los colonos blancos, amos y señores, no solo se dedicaban al tráfico de personas, sino que tenían esclavos trabajando en las plantaciones. Según se estima, nueve de cada diez jamaiquinos eran explotados por las élites británicas.
Entre los esclavos, se encontraba Samuel Sharpe, un hombre que, poco a poco, se fue ganando el respeto de sus compañeros. Daddy, como lo conocían, empezó a seguir de cerca la información sobre el creciente movimiento abolicionista en Londres. Consciente de los abusos que sufría la mayor parte de la población, comenzó a idear un plan que tenía una fecha marcada en el calendario: la Navidad de 1831. Gracias a sus labores en la misión bautista, Sharpe pudo recorrer las plantaciones, reclutar esclavos y formar células en todo el territorio. Finalmente, la noche del 27, cuando estallaron los incendios, todas las pesadillas juntas de los colonialistas se hicieron realidad.
El levantamiento de esclavos más grande en las Indias Occidentales Británicas estaba en marcha, y 60.000 jamaiquinos se alzaron por su libertad. Enfrentados con los colonos, Sharpe y su gente se refugiaron en cuevas, desde donde organizaron tácticas de guerrilla y centraron sus ataques no en las personas, sino en las propiedades. Durante esos meses, se estima que murieron 14 colonialistas y más de 200 esclavos. El 23 de mayo de 1832, Sharpe fue capturado y condenado a la horca. Al igual que él, más de 300 rebeldes fueron ejecutados como represalia. Sin embargo, los británicos comprendieron que la llama que se había encendido era el comienzo de algo mucho más grande y, tras largos debates, en 1833, el parlamento aprobó la Ley de Abolición de la Esclavitud. El tiempo demostró que no estaban equivocados: a día de hoy, Samuel Sharpe sigue siendo mártir de su tierra y la plaza en la que fue ejecutado lleva un cartel con su nombre.