
- Osvaldo Bayer |
Recorrer caminos perdidos y seguir pisadas que parecían extraviadas. Fragmentos del tiempo que casi fueron sepultados en el ostracismo de la historia. Escarbar en la memoria, por más recóndita que sea, para que no se pierdan las vidas de todas aquellas personas que “en todas las épocas salieron a la calle a dar sus gritos de protesta» y fueron masacradas. Sacarlas del olvido en el que fueron enterradas por quienes planearon a conciencia la historia oficial. Quienes borraron de un plumazo los sueños de miles, de “los de abajo”, quienes “nuestra civilización los echó a patadas”. Entre exilios y dictaduras, un historiador y periodista anarquista se dedicó, con rebeldía y esperanza, a recuperar y reescribir gran parte de la historia. Las páginas más importantes de los pueblos humillados.
Alguna vez, a Osvaldo Bayer le preguntaron cómo se definía y dijo ser un socialista libertario, contrario a los dogmatismos y los sectarismos, parte de esa «ideología al servicio de la sociedad». Un libertario de ética que comprendía que la lucha del pueblo es una sola. Que desempolvó las vidas de Radowitzky, Wilkens o de los peones de la Patagonia, pero que nunca esquivó al Che, a Tosco, a Zapata, a Santucho, a las familias campesinas de Baviera o a las Madres de Plaza de Mayo. Nunca entendió por qué debía hacerlo. Para él, el anarquismo era algo mucho más extraordinario que una enorme bandera bajo la cual se sostienen «totalitarismos de pensamiento».
En el arduo trabajo de indagar la historia borrada por quienes moldearon a la Argentina a su forma y semejanza, Bayer nos trajo del olvido a esos «indios» entregados como peones esclavos y a esas «chinas» vendidas como objetos por Julio Roca luego del genocidio. Nos contó sobre la inmensa y valiente dignidad de «las putas de San Julián», el amor en la lucha de Severino y de América, y de miles de rebeldes que desde el anonimato se atrevieron, contra toda corriente, a soñar un mundo mejor y más justo.
Hoy elegimos recordarlo con el puño bien en alto, con esa sonrisa inconfundible que se dibujaba en su rostro cuando hablaba de libertad. De una «sociedad sin clases ni pobreza», sin «dictaduras, ni siquiera la del proletariado». Esos que nunca dejó de repetir que eran sus sueños y, sabía muy bien, «en la vida hay que luchar para lograrlos». El 24 de diciembre 2018, su cuerpo dijo basta. Dejaba junto a él una vida de ejemplo, consecuencia y solidaridad. De historias que cambiaron nuestras vidas y vidas que cambiaron la historia. Queda el recuerdo indeleble de una persona que, en tiempos difíciles, se atrevió a denunciar quién es quién y a nunca callar por conveniencia. A dejar huellas que abrieron pasos y a estar siempre del lado justo de la vida. «Te prometo seguir soñando», se dijo a sí mismo tiempo atrás y nunca se falló. A los pueblos, nos dejó un mundo por el que seguir luchando, un sueño de miles, esos que siempre fueron sus sueños.