EL ÚLTIMO DÍA DE FACÓN GRANDE

  • El asesinato de Facón Grande |

La tierra seca por el sol se resquebrajaba bajo sus pies con cada pisada. Desde lo lejos, el viento arrastraba ecos de lo que, en ese entonces, José Font, más conocido como Facón Grande, creyó debían de ser disparos. Ese 22 de diciembre de 1921, antes de que lo fusilaran, la Patagonia ya se alzaba como testigo de una tragedia que regaba las tierras del sur. Aquel día todo había ocurrido demasiado rápido: la asamblea con los obreros, la suspensión de la huelga, la confianza en que los militares no los traicionarían, la posterior rendición y la entrega de sus armas y caballos. Lo que ocurrió minutos después ya es historia.

El día anterior, el teniente coronel Varela aguardaba con sus hombres en las inmediaciones de la estación Tehuelche. A lo lejos, divisó cuatro automóviles que se aproximaban. Sabía que eran los peones rurales, por lo que, aun en inferioridad numérica, se sintió confiado y abrió fuego. Creyendo que con eso lograría amedrentarlos y que se bajarían pidiendo clemencia, observó satisfecho a los vehículos detenerse. Pero su ilusión duraría poco y, en cuanto apoyaron los pies sobre la tierra, los trabajadores, con José Font a la cabeza, comenzaron a disparar. El saldo: tres huelguistas y un soldado muertos. Fue en ese momento en que Facón Grande comprendió que no combatían contra la policía como creía, sino contra el ejército.

Tras los hechos, el gerente de La Anónima, Mario Mesa, le ofreció a Facón Grande actuar como mediador con Varela. Buscando calmar un poco las aguas de una situación ya compleja, el obrero aceptó. A cambio de finalizar la huelga, pidió un nuevo convenio laboral y que liberaran a los peones detenidos. Inmediatamente, Mesa llevó la propuesta a Varela. Sobre esta charla, nunca sabremos una palabra. Varela será ajusticiado en unos meses y Mesa se negará a hablar. Lo que sí sabemos es que el militar accedió al trato y exigió que entregaran las armas.

El día 22, en la estación Jaramillo, se organizó la rendición. Facón Grande fue aislado del grupo y separado en un galpón. Allí pidió hablar con Varela, pero este se negó a verlo. Pese a su demanda de que se cumpliera lo pactado, los soldados lo ignoraron, hablan un idioma muy distinto al suyo. Ante la traición, desafió a Varela a un duelo con cuchillo, quien, lejos de aceptar, ordenó que lo ataran de pies y manos. Luego de descargar su valentía a fuerza de patadas contra un obrero atado, los soldados lo subieron a un camión y lo llevaron a un descampado para fusilarlo. Dicen que la primera descarga no logró derribarlo. Se mantuvo de pie ante la mirada de sus verdugos. Con la segunda ráfaga, cayó sobre las rodillas. Los militares quisieron robarle lo que tuviese, pero eran unas pocas monedas. Ahí dejarían su cuerpo, abandonado. Nadie los iba a acusar de nada, ellos eran la ley. Sus nombres, no los conocemos; el de José Font, más de 100 años después, sigue siendo historia.