EL ORO BLANCO

  • La Matanza de la Escuela Santa María de Iquique |

Algo parecía empezar a alborotarse. Un obrero asomó la cabeza y observó que, al comienzo de la fila, una mujer se quejaba con el encargado de la pulpería. Los reclamos rápidamente se transformaron en gritos y, en pocos segundos, la gente se congregó alrededor del mostrador. La indignación de la mujer no sorprendió a nadie: hacía tiempo que les entregaban la mercadería sin pesarla ni calcularla y los precios eran cada vez más elevados. Además, quienes trabajaban en la salitrera San Lorenzo, al norte de Chile, estaban obligados a comprar en las pulperías del predio en el cual trabajaban. En otras palabras, la miseria que les pagaban regresaba siempre a los bolsillos de sus patrones. Sin embargo, durante esas semanas, algo cambió. La mañana del 10 de diciembre de 1907, para desconcierto de los dueños, nadie se presentó en sus puestos de trabajo.

A la codicia y a la explotación, los grupos obreros respondieron con organización. Se daba comienzo así a un paro que se extendería por otras salitreras en reclamo por el fin del pago con fichas en lugar de dinero, mejores condiciones, indemnización y jornadas estables. Familias enteras emprendieron una larga marcha a través del desierto de Atacama en dirección al puerto de Iquique. Hombres y mujeres, cargando a sus hijos e hijas, caminaron llevando algunas pocas pertenencias y levantando banderas como las de Chile, Perú, Argentina o Bolivia. En Iquique encontraron el apoyo de la gente y, para ese entonces, los medios comenzaban a hacerse eco de lo que estaba por ocurrir.

Para el día 16, más de 6000 personas acampaban en la escuela de Santa María de Iquique y la huelga no dejaba de crecer. En los días siguientes, el Gobierno expresó su negativa a negociar ordenando que abandonaran la ciudad. La presión de los capitalistas y de los intereses británicos terminaron de inclinar la balanza. Al fin y al cabo, el «oro blanco» importaba mucho más que un par de vidas reemplazables. Finalmente, el día 21, el intendente telegrafió al presidente Pedro Montt para reclamarle la «impostergable necesidad de solucionar la cuestión el mismo día».

Ese viernes, las familias amanecieron con el sonido de las tropas acercándose. Era el ejército que llegaba con la orden de que se reunieran en la escuela. Tras una charla con la comisión obrera en la que una dirigente anarquista afirmó que no volverían a sus trabajos hasta que fueran escuchadas sus demandas, el general dio la orden de abrir fuego. Las balas atravesaron la escuela donde se encontraban las familias desarmadas mientras la caballería remataba sobrevivientes. Al poco tiempo, los gritos ya eran silencio. Del resto, se encargarían los parapoliciales. Si bien no hay cifras exactas, se estima que 3600 personas fueron asesinadas contra las 126 reportadas oficialmente. A más de 100 años, sigue siendo imprescindible recordar la dignidad de los pueblos que dejaron todo buscando forjar un futuro más justo.