¿QUIÉN INTENTARÁ CURAR?

  • Rafael Barrett |

Fue algún día de octubre de 1904 cuando un joven español, delgado, alto y espalda algo encorvada, pisó tierras paraguayas. Llegaba tras un fugaz paso por la Argentina, donde había arribado buscando, como tantas otras familias de inmigrantes, el sueño de un futuro mejor. Allí comenzó a trabajar como corresponsal y, en tiempos de dictadura, escribiría que “las leyes y las constituciones que por la violencia gobiernan a los pueblos son falsas». Que no son más que «hijas de una minoría bárbara, que se apoderó de la fuerza bruta para satisfacer su codicia y su crueldad”. Con sus ideas, su poesía y su consecuencia bajo el brazo, recorrió los pueblos con lo que él llamaba su anarquismo, buscando concientizar sobre la sana necesidad de rebelarse contra esa «minoría traidora» que despojaba al resto de todo.

La Justicia, decía, juzga antes de comprender. Y, justamente, ese código que supone mantener el orden constituye la causa principal del delito. Es la ley la que «mantiene a todo trance la actual distribución de la riqueza, es decir, la actual distribución de la miseria». En ese camino, junto a quienes obedecen a un odio desinteresado, hemos «llegado a considerar la codicia como una virtud» mientras los dueños de todo viven entre lujos y le dan a la gente la «carne podrida» de sus sobras. Por eso, algún día, no serán los “funcionarios, los políticos, los que borrarán las fronteras. No los que pavonean y gozan, sino los de abajo, los que trabajan, sueñan y sufren, son los realizarán la fraternidad humana».

Barrett decidió pasar gran parte de su corta vida en Paraguay. Dedicará sus días a transformar en palabras las injusticias, a evidenciar las barbaries de un sistema que se llevaba todo por delante y a buscar que el pueblo conociera su propia historia para erigirse hacia un futuro distinto. En tiempos de represión y olvido obligado, eligió no callarse y recordó las raíces del “dolor paraguayo” y de lo macabro de la guerra de la Triple Alianza, «la guerra más despiadada de la historia, la guerra parricida y exterminadora».

El 17 de diciembre de 1910, lejos de su gente y de Paraguay, la tierra que tanto amó, falleció a los 34 años tras de una vida de escritos, activismo e inquebrantable lucha. Alguna vez, tiempo atrás, se había preguntado: “¿Quién intentará curar, consolar a los que lo perdieron todo: fe en el trabajo, poesía serena del hogar, poesía ardiente de una ternura que elige, sueña y canta? ¿Quién confortará a los que aún no rompieron en llanto y en ira? ¿Quién tendrá bastante constancia para combatir los fantasmas fatídicos, bastante piedad y respeto al tocar las raíces sangrientas del mal, bastante paciencia para despertar las mentes asombradas, bastante dulzura para atraerse las criaturas enfermas?”.