DONDE LA TIERRA GUARDA LA MEMORIA

  • La Masacre de El Mozote |

Cuando los uniformados llegaron al caserío de El Mozote, quienes se encontraban en sus casas salieron sorprendidos para ver qué ocurría. No solían recibir visitas, mucho menos de militares. Pese a que hubo quienes atinaron a entablar una conversación para averiguar, los soldados simplemente se limitaron a ordenarles salir de sus viviendas y formar filas en la plaza. Sin entender demasiado, uno a uno, los habitantes de las 25 casas que integraban el pueblito fueron acomodándose junto a la iglesia. Frente a ellos, los hombres del Batallón Atlácatl, grupo creado en la Escuela de las Américas del Ejército estadounidense, les exigieron que dieran toda la información que conocieran sobre la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional y luego se encerrasen en sus casas. Estaban advertidos: si salían, les dispararían.

Si bien el día siguiente transcurrió bajo una forzada calma, por la noche, aunque nadie se atrevió a desobedecer siquiera asomándose por las ventanas, los militares volvieron a reunirlos en la plaza. Esta vez, separaron a hombres y ancianos de mujeres y niños y los dividieron en grupos. El primer grupo fue llevado a la iglesia; el segundo, a una casa. Durante horas, sin distinguir sexo o edad, los interrogaron y torturaron aplicando las tácticas aprendidas para combatir a la subversión. Cada persona, fuera hombre, mujer, anciano o niño, era ejecutada ni bien terminaba de responder las preguntas.

Ese mismo 11 de diciembre de 1981, el infierno desplegado sobre El Mozote se replicaba en los pueblos cercanos. Los hombres del batallón entraban en los caseríos de la zona, reunían a la gente en la plaza, los dividían, torturaban y fusilaban. En algunos casos los enterraban; en otros los trasladaban en camiones. Durante esos días, toda persona, por más que fuese un niño, era un potencial guerrillero. Para eso los habían entrenado.

Un mes y medio después de la masacre, el periodista Raymond Bonner publicaba un artículo con imágenes capturadas por la fotógrafa Susan Meiselas que evidenciaban una masacre que el Gobierno de El Salvador intentaba ocultar. Por su parte, la periodista Alma Guillermoprieto, publicaba un relato donde una campesina sobreviviente narraba los hechos. Ahora, el mundo sabía que más de 1000 personas habían sido asesinadas. Durante los años siguientes, tanto los autores materiales como quienes financiaron y prepararon la operación mantuvieron silencio. Con el tiempo, la verdad se fue haciendo imposible de ocultar y vendrían por delante tardías e inútiles confesiones por parte del Gobierno. Eso sí, los documentos militares que contenían la información oficial -aseguraron- estaban extraviados. A falta de archivos, el pueblo se guarda la verdad en la memoria.