
- Los rebeldes de Jacinto Aráuz |
Los campos se extendían interminables hasta perderse en el horizonte. En el medio, surcando la tierra, las vigas del tren se abrían paso atravesando el paisaje y la estación de Jacinto Aráuz. Quien pasase por la zona, allá por finales de 1921, podría ver a los estibadores ir de un lado al otro, cargando pesadas bolsas de trigo bajo los fuertes rayos del sol de La Pampa. Una tarde, un hombre de apellido Cataldi se presentó preguntando por el delegado. Al poco tiempo, un obrero llamado Machado lo recibía. Era el hombre a cargo del grupo esa semana luego de que lograran, tras una sangrienta lucha junto a la FORA, conquistar el derecho de autoorganizarse sin jefes. Pero el recién llegado diría ser un nuevo capataz y que, si no era bien recibido, traería una nueva «cuadrilla para reemplazarlos».
Tras una respuesta categórica en la que fue invitado a retirarse no solo del lugar, sino del pueblo, Cataldi saludó y continuó su rumbo. A los pocos días, una nota del superintendente llegaba al sindicato obrero. Allí, les pedía que aceptaran dejar sin efecto una de las cláusulas conquistadas a cambio de no enviar a un capataz. Luego de debatirlo en asamblea, comunicaron que aceptaban la propuesta. Pero algo extraño comenzaría a pasar durante esos días. El 8 de diciembre, 14 hombres que decían venir a nombre de Cataldi aparecieron por Jacinto Aráuz. Cuando los obreros terminaron la jornada, se les informó que un nuevo grupo se haría cargo del trabajo. Sin demoras, decidieron ir hacia los galpones a defender sus puestos.
Una vez allí, descubrieron que los patrones no estaban solos: los acompañaban los matones de la parapolicial Liga Patriótica Argentina y a su lado, escoltando, la policía. Las horas fueron pasando y, cerca de las 8 de la mañana del día 9, fueron detenidos y trasladados al patio de la comisaría. De un segundo al otro, un obrero recibió un palazo y, al mismo tiempo, el comisario tomaba a otro del cuello para degollarlo mientras ordenaba que no quedara ni un anarquista vivo. Pese a la obvia desventaja, los obreros resistirían hasta lograr tomar la comisaría. Sin embargo, sabían bien que no durarían mucho y, antes de que llegaran los refuerzos, escaparon. Era el comienzo de una cacería.
Con ayuda de grupos parapoliciales, la policía asesinó y capturó a la mayoría. Los sobrevivientes fueron llevados a la comisaría, atados con alambres, para verse cara a cara con los oficiales que desplegaron su valentía a pura tortura. La versión policial dirá que unos anarquistas tomaron el lugar y que ellos actuaron heroicamente; sin embargo, la FORA se encargaría de hacer correr la verdad. Si bien algunos represores no fueron enjuiciados, otros pasaron meses en prisión y se demostró que habían recibido plata para eliminar el sindicato. Quedaba escrita a fuego otra historia de dignidad y resistencia de los pueblos. Capítulos que, aunque lejanos, siguen tranzando un camino necesario.