MUECAS ROTAS CROMADAS

  • Cuarto y último alzamiento carapintada |

El sargento Guillermo Daniel Verdes, armado y con el rostro pintado como si estuviera en guerra, avanzó contra un grupo de periodistas y apuntó su escopeta recortada. A los gritos, les exigió que se retiraran inmediatamente del predio en el que se encontraban. Horas más tarde, un francotirador de las fuerzas armadas, ubicado estratégicamente, centraba al sargento sublevado en el medio de su mira y apretaba el gatillo. Un disparo certero que le daba en la cabeza y lo fulminaba en el acto. Eran las 8 de la mañana del 3 de diciembre de 1990, poco antes de que los militares izaran la bandera rebelde sobre suelo argentino. Era, también, el cuarto alzamiento carapintada desde la vuelta de la democracia. Aquel día, el país vivía otras de sus tantas jornadas oscuras.

Antes de que el alzamiento se llevara a cabo, la información se había filtrado a la prensa. Alguien había advertido que habría noticias sobre Mohamed Seineldín, militar que se encontraba preso y que había participado del Operativo Independencia bajo las órdenes de Bussi. Meses atrás, Seineldín había enviado una carta al presidente Carlos Menem en la que avisaba que estaban “dadas las condiciones para que sucedan acontecimientos reivindicatorios de tal gravedad”; acontecimientos que -agregó- “ni usted, ni yo estamos en condiciones de precisar”.

En la madrugada del 3 de diciembre, un grupo de militares inició el alzamiento tomando el Regimiento de Infantería 1° de Patricios. Acto seguido, ocuparon otros establecimientos, y un grupo de oficiales marchó en tanques desde el interior hacia Buenos Aires. Ante este avance, Menem ordenó la inmediata represión y comenzaron los tiroteos. Mientras los sublevados argumentaban que su intención no era dar un golpe, sino demandar cambios en el Ejército, Seineldín exigía la amnistía inmediata para todo militar procesado o detenido por genocidio. En ese entonces, once tanques salieron a la Panamericana y uno de ellos chocó contra un colectivo, donde murieron cinco personas. Por la tarde, la sedición terminó con 13 muertos, 20 heridos y 300 detenidos.

Dos días después, George Bush, presidente de los Estado Unidos, pisaba suelo argentino, felicitaba al presidente por las privatizaciones y agradecía el apoyo en el Golfo Pérsico. El 28 de diciembre, Menem sumó más indultos: ahora quedaban libres Videla, Agosti, Massera, Viola, Martínez de Hoz, entre varios más; y, con el argumento de «unir al país», pero sostenido bajo la teoría de los dos demonios, también indultó a Mario Firmenich. En cuanto a Seineldín, fue condenado a cadena perpetua por la sublevación. Sin embargo, Eduardo Duhalde lo liberaría en 2003, horas antes de dejar su cargo como presidente. Aquel día de 1990 marcó el último alzamiento militar, como una muestra de lo vivido y lo por venir. Las secuelas de un plan que, tristemente, siguió pisando fuerte en democracia.