LA INSURRECCIÓN DE AMÉRICA

  • La Rebelión de Túpac Amaru II |

Finalmente, un día, la gente del pueblo de Tinta vio a Condorcanqui volver. Había partido con la idea de presentar un petitorio por el fin de las explotaciones en las minas y de los malos tratos y abusos, pero, en respuesta, solo le dijeron que mejor se retirara a sus pueblos y esperara. Sin embargo, el tiempo pasaba y nada prometía cambiar. Lejos de amedrentarlo, el desprecio constante generó el efecto opuesto. Así, harto de aguardar mientras veía cómo se robaban el fruto de las tierras y el trabajo de la gente, comenzó a preparar a su pueblo y a reunir armas de fuego que, en ese entonces, tenían prohibidas. Al poco tiempo, el calor de la rebelión empezaba a sentirse en el aire.

El 4 de noviembre de 1780, luego de la celebración de una festividad en honor a la corona, capturaron al funcionario Antonio Arriaga. Le hicieron firmar una carta donde se pedía a las autoridades armas y dinero y se solicitaba que se reunieran en Tungasuca. Cuando el envío llegó, el prisionero fue ejecutado y se dio paso a la segunda parte del plan. Adoptando el nombre de Túpac Amaru II, en honor a su antepasado inca, Condorcanqui escribió una carta a los virreyes y demás autoridades, denunciando la tiranía de quienes utilizaban «como bestias a los naturales» y avisando que había dado la orden de que nadie “pague ni obedezca en cosa alguna a los ministros europeos intrusos». Era el comienzo de la mayor insurrección de América.

El pueblo rebelde avanzó reclutando gente y acopiando provisiones. Se detenían a grandes terratenientes y se destruían establecimientos donde se llevaban a cabo abusos. Como no obtuvieron resistencia, tampoco tuvieron necesidad de responder con violencia. El 18 de noviembre, en Sangarará, derrotaron a las tropas realistas y lograron que la rebelión creciera exponencialmente. A partir de ese momento, sosteniendo que su objetivo no era la guerra, sino terminar con los abusos, Túpac Amaru II buscó una negociación de paz. Su fin era la independencia, terminar con la esclavitud, la mita y la explotación. Y, para ese entonces, la revolución parecía imparable.

Ante los hechos, los virreyes de Lima y de Buenos Aires decidieron unir fuerzas. Lo hacían por «el buen orden y estado pacífico» o, en otras palabras, para extirpar el “origen de todos los males”: Túpac Amaru II. Al poco tiempo, la respuesta llegaba sobre los pueblos, saqueando y asesinando familias a su paso, sembrando un terror que haría su efecto. Del 5 al 6 de abril, una batalla marcó el final y los militares dijeron que «fueron pasados a cuchillo más de mil y derrotado al resto enteramente». Túpac Amaru II fue capturado y sometido a las más brutales torturas. Tras ser obligado a presenciar la muerte de su familia, era asesinado y la misma suerte corrió quien tuviera algún grado de parentesco con él. Parecía que, aun muerto, era demasiado el miedo a dejar su sangre recorriendo el continente. En ese entonces no lo sabían, pero, en eso último, iban a fallar.