HERIR AL ÍDOLO DESNUDO

  • Kurt Wilckens |

La carta estaba fechada el 2 de mayo de 1923 y venía desde la Prisión Nacional. “El proceso judicial es lento -decía de puño y letra- aunque tengo poco interés en eso pues no concedo a ningún juez el derecho a juzgarme”. Más adelante, agregaba: “Si hubiera tenido mil vidas las hubiera dado alegremente por la causa”. La otra mitad del texto estaba dedicada a libros, pedir algunos ejemplares, y no mucho más. Al pie, firmaba: «Saludos libertarios, Kurt G. Wilckens». Aunque ya había recibido amenazas y estaba advertido sobre un complot para asesinarlo, Kurt prefirió restarle importancia. Esos meses los pasaría rigurosamente vigilado, como si aun encerrado fuese un peligro latente para la sociedad.

Nacido un 3 de noviembre de 1886 en Alemania, Wilckens se acerca a las ideas anarquistas tras viajar a los Estados Unidos. Allí, conseguiría un puesto en una fábrica de conservas donde se manufacturaban productos de dos calidades. Una primera marca era destinada a los barrios más acaudalados; la segunda, de inferior calidad, a los más pobres. Tras lograr convencer a sus compañeros, Wilckens cambiaría los contenidos logrando que salieran así al mercado. Durante un tiempo, sin que nadie lo supiera, los privilegios estarían invertidos. En marzo 1920, sería deportado por participar en huelgas y, tras unos pocos meses en su país natal, pisaba suelo argentino.

La calurosa mañana del 27 de enero de 1923 lo encontró frente a la casa ubicada en la calle Fitz Roy 2461. Llevaba un paquete en sus manos y aguardaba pacientemente. A las 7:55, la puerta de la casa se abría y un militar despidió a una niña. Luego de cerrar la puerta y, con su rectitud característica, dejó la vivienda y emprendió rumbo. Decidido, Wilckens salió a su paso y lo observó con detenimiento: sí, definitivamente era él. Acto seguido le arrojó una bomba y, mientras el malherido militar se sostenía contra un árbol, el anarquista le disparó cuatro veces. Abrazado al tronco, el teniente Varela, responsable del fusilamiento de 1500 obreros, moría ajusticiado. Paradójicamente, de cuatro disparos, los mismos con los que él ordenaba fusilar a los peones.

De ideas pacifistas, Wilckens estaba convencido de la importancia de la desobediencia civil frente a la violencia y la impunidad del poder. Entendía que es obligación del pueblo transgredir las normas impuestas y actuar en defensa propia sin esperar órdenes de los jefes políticos. Tiempo después, gracias a la complicidad de las autoridades, Wilckens fue asesinado en la cárcel por un miembro de la Liga Patriótica Argentina. En lo que refiere a su asesino, dos años más tarde, tras servirle el desayuno, su sirviente le disparó al pecho mientras le decía: “Esto te lo manda Wilckens”. “No hablemos de venganza –aseguró alguna vez-, yo no vi en Varela al insignificante oficial: intenté herir en él al ídolo desnudo de un sistema criminal”.