HISTORIA DE UN IDEAL

  • Juana Rouco Buela |

Dos hombres aguardaban junto a la puerta, intercambiando frases cortas, de esas que se dicen casi al pasar mientras se espera que pase el tiempo. Cuando Juana les abrió, dijeron ser policías. Venían a citarla para que se presentara en la comisaría antes de las 10 de la mañana a declarar. Serían solo unas preguntas, aseguraban. La llamaba el señor Brizuela debido a los incidentes ocurridos en la embajada de España, donde varios oficiales habían resultado heridos durante las manifestaciones. Juana escuchó y decidió que de ninguna manera iría, la iban a detener y quién sabe qué más. Le había costado mucho volver a América luego de ser deportada de la Argentina en 1908 y, en Uruguay, aún tenía mucho por hacer.

Esa mañana, dos compañeros fueron a visitarla. Juana les dijo que algo había que hacer, que irían por ella tras ver que no se presentaba. Para peor, en la casa tenía libros y material del periódico anarquista La Nueva Senda. Tal y como había presagiado, cerca de las 2 de la tarde, los policías golpearon nuevamente su puerta. Preguntaron por qué no había asistido y Juana se excusó diciendo que lo haría al día siguiente. Los oficiales, desconfiados y conocedores del reconocimiento que tenía entre anarquistas, decidieron ponerle vigilancia. Al poco tiempo, un guardia se paraba en la vereda de su casa. Cada tanto daba unos pasos, pero nunca se alejaba demasiado. «Comprendimos que de un momento al otro vendría el allanamiento», diría Juana. Por eso, organizaron un plan.

Como ella no podía moverse, y sería sospechoso ver a sus compañeros entrar y salir varias veces, decidieron que lo mejor sería pedir ayuda a una alumna de Juana. Ese día, el hombre que vigilaba observó a una niña ingresar en la casa y, a los minutos, salir. No mucho después, ingresaba nuevamente para volver a repetir el proceso anterior. Si bien le debió haber parecido extraño, no tenía motivos para dudar. Su tarea era otra. De esa forma, al poco tiempo, todo el material estaba ya fuera de su casa. Comenzaba la segunda parte del plan.

Esa misma tarde, una mujer llegó a la vivienda. Traía un traje de hombre y un sombrero de ala ancha muy común en la época. Juana se vistió y, cuando todo estuvo listo, emprendieron rumbo. El guardia observó la situación: eran tres hombres y una mujer que salían de la casa. Sin darle tiempo a reaccionar, la mujer comenzó a correr. El policía salió directo buscarla, convencido de que se estaba escapando tal y como le habían dicho que ocurriría. Mientras tanto, a sus espaldas, Juana encendía un cigarro y, a paso lento, caminaba en dirección contraria junto a sus dos compañeros. Al rato, el guardia volvía tranquilo a la puerta. No era Juana. Falsa alarma, pensó. Dos horas después, la policía irrumpía en la casa, con orden del juez, dispuestos a detenerla.

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