
- La caída el nazismo a manos de la URSS |
El calendario tenía una fecha marcada con una cruz: 22 de junio de 1941. El plan que Hitler había trazado continuaba su marcha triunfante. Si todo salía como lo esperado, el mundo iba a virar su rumbo drásticamente. Ese día, comenzaba la Operación Barbarroja, el primer paso para ocupar la Unión Soviética y, entre otras cosas, hacerse del tan ansiado petróleo ruso. Un logro fundamental para el proyecto de fundar un Tercer Reich. Para aquel entonces, la Alemania nazi ya se había apropiado de más de 6500 centros industriales de Europa y contaba con más del doble de los recursos que la Unión Soviética. Todo estaba listo y, para las 4 de la mañana de ese día, se daba inicio a la invasión.
Sin embargo, algo no salió como se esperaba. El 7 de noviembre, cuando los nazis imaginaban estar desfilando con sus tropas por la Plaza Roja, quienes se encontraban en el centro de Moscú vieron pasar al Ejército Rojo. Pese a esto, Hitler no iba a ceder y, para el año siguiente, se propondría ocupar Stalingrado. Antes de actuar, declaraba que era necesario matar a los varones y deportar a las mujeres y sus familias para purgar una población «completamente comunista». Para fines del verano, lanzaba una ofensiva que iniciaría la batalla de Stalingrado, tal vez, la más sangrienta y brutal de la historia.
Luego de meses de lucha, los soviéticos vencían a uno de los ejércitos más poderosos del mundo y el saldo sería de más de 3 millones de muertes. Y, una vez más, Hitler insistiría en «recuperar en el verano” lo que habían “perdido en el invierno». Para 1943, su ejército sería nuevamente derrotado en la batalla de Kursk y la URSS asestaba así un golpe de muerte al nazismo. Ahora, los vencedores darían sus primeros pasos para avanzar hacia Alemania.
La hora central europea marcaba las 22:45 del 8 de mayo de 1945. En territorio soviético recién comenzaba el día 9. En ese momento, en la sede de la Unión Soviética de Berlín, el mariscal nazi Wilhelm Keitel firmaba, frente al mariscal del Ejército Rojo, Gueorgui Zhúkov, la rendición incondicional de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Esa firma, entre generales repletos de condecoraciones, significaba el fin de un régimen genocida. De un combate en el que el pueblo, como es costumbre, había puesto sus vidas. Por eso, es preciso destacar la lucha popular contra el nazismo, lejos de los despachos o del fruto que supieron morder sus vencedores. Porque las secuelas de esta guerra dejarían nuevas guerras y reforzarían imperios. Aun así, es justo y necesario recordar a héroes y heroínas que, desde el total anonimato, lucharon sin pisar nunca una oficina o Gobierno ni buscando colgarse lujosos trajes bañados en medallas. A ese pueblo sufrido que, mano a mano, supo aplastar al nazismo.