
- El asesinato de Emiliano Zapata |
Pese a que tenía aún sus sospechas, esperó. Si bien su gente había escuchado rumores sobre una emboscada y le había hecho llegar la información, Emiliano Zapata decidió continuar. Quería observar los hechos y despejar las dudas por sí mismo. A las 16:30, mientras aguardaba en una pequeña parada del ferrocarril interoceánico, al sur de Jonacatepec, la silueta de Jesús Guajardo se asomó por el horizonte. Detrás de Zapata había 30 hombres; a Guajardo lo seguían 600.
Cuando se encontraron, cruzaron alguna palabra amistosa y luego emprendieron rumbo. Tenían 30 kilómetros por delante. Para ponerlo a prueba y obtener sus conclusiones, Emiliano insistió en invitarlo a cenar, pero a cambio solo recibió excusas. Argumentando que le dolía el estómago y que prefería retirarse, ambos se saludaron y quedaron en encontrarse a primera hora del día siguiente. Zapata pasaría esa noche en un campamento en las montañas junto a 150 guerrilleros. Serían sus últimas horas en una tierra que soñó libre.
La Revolución mexicana había logrado sacar del poder a Porfirio Díaz luego de años de políticas que solo favorecían los intereses de los terratenientes y del capital extranjero. Sin embargo, el nuevo Gobierno de Francisco Madero no fue lo que Zapata y el pueblo esperaban. Mediante su Plan de Ayala, en el que desconocía al Gobierno y acusaba a Madero de traicionar la causa campesina, llamaba a restituir la propiedad de las tierras afirmando que estas habían sido robadas por los hacendados y terratenientes. Casi un año y medio después, en un golpe de Estado con apoyo estadounidense, Victoriano Huerta subía al poder. Pero las cosas no cambiaron y Zapata siguió surcando las tierras del sur del país. El 10 de abril de 1919, a la primera luz del alba, Emiliano y su gente montaron sus caballos y partieron a través de los senderos que tantas veces habían pisado.
Cerca de las 8:30 de la mañana, vislumbraron el camino que descendía de las montañas y comenzaron a bajar. Iban hacia la Hacienda de Chinameca, en Morelo, para dialogar con Guajardo quien afirmaba estar harto del entonces presidente Carranza y querer unirse a los zapatistas. Tras intercambiar algunas palabras, mientras los soldados recorrían la hacienda por un aviso de que los federales podían estar por la zona, Guajardo convenció a Zapata de almorzar. Eran las 2:10 de la tarde y, con los guardias a la sombra y sus carabinas enfundadas, se pusieron en marcha mientras un clarín sonaba tres veces. Cuando el último sonido se apagó, tiradores escondidos en las azoteas abrieron fuego. La traición estaba consumada. Luego, irían por el cuerpo. Al caer la noche, la noticia llegaba al Gobierno. Pese a que la esperaban, se mirarían unos a otros, estupefactos, sin saber si creer o no. Las sombras de Zapata eran muy grandes. Demasiado. Más de un siglo después, seguiría luchando.