
- El asesinato de Mariano Moreno |
Tras la orden del capitán, la fragata inglesa comenzó a moverse y, lentamente, se alejó del puerto. Al poco tiempo, la costa desaparecía en el horizonte y el buque Fame se orientaba rumbo a Inglaterra. Era el 24 de enero de 1811 y, aquel día, Mariano Moreno se había embarcado sin saber que dejaba tierras argentinas para siempre. Tenía apenas 32 años, pero en su corta vida ya había hecho lo suficiente como para ser condenado por quienes luego lo vestirían de falsos honores y lo transformarían en bustos de mármol. Casi como un presagio de lo que estaba por acontecer, a poco de partir, había dicho a su hermano Manuel: «Algo funesto se anuncia en mi viaje”.
A días de haber embarcado, algunos malestares que acarreaba desde hacía tiempo empezaron a agudizarse. Preocupado, alertó a su gente cercana quienes solicitaron al capitán Walter Bathurst detener la embarcación en algún puerto cercano para que pudiera recibir atención médica. Pese a las insistencias, no hubo forma de convencerlo sobre la gravedad de la situación. A cambio, a falta de un médico entre los tripulantes, se ofreció a suministrarle unas gotas que aseguraba eran un remedio eficaz para calmarlo. Pero el tiempo pasaba y nada hacía efecto.
Pocos días después de que el Fame dejara Buenos Aires, el 9 de febrero, el Gobierno porteño de Cornelio Saavedra se reunía con un hombre llamado David Curtis para adjudicarle una misión idéntica a la que se le había otorgado a Moreno. Pero con una salvedad: esta sería efectiva siempre y cuando el enviado anterior hubiera “fallecido, o por algún accidente imprevisto» no pudiera cumplir con su deber. A kilómetros de allí, el 4 marzo, el capitán de la fragata se acercaba a un enfermo Moreno con un vaso de agua y cuatro gramos de antimonio tartarizado. Minutos más tarde, uno de los principales ideólogos de la Revolución de Mayo comenzaba a convulsionar hasta fallecer.
Según diría su hermano Manuel, «si Moreno hubiese sabido que se le daba tal cantidad de esa sustancia, sin duda no la hubiese tomado». Su cuerpo sería envuelto en una bandera inglesa y arrojado en las aguas del mar de Brasil. La idea era asesinar la revolución silenciando a sus revolucionarios, un método que el poder continuaría aplicando a lo largo de nuestra historia. Luego, llegaría el turno de despojarlo de ideas, de quitarle lo humano para transformarlo en prócer. De modificar su rostro y enmarcarlo bien alto en salones elegantes, lejos, irrealmente inalcanzable, entre nombres de instituciones o breves efemérides. Así, la oligarquía comenzaba a escribir su historia. La historia de la Argentina por venir. Desaparecido Moreno, comenzaba otro capítulo.