UN LOBO EN SU GUARIDA

  • Antonio Gramsci |

El tribunal no tenía dudas. Para impartir la justicia que tanto necesitaban, debían impedir que su «cerebro trabaje durante 20 años». Así, al menos, lo declaró públicamente el fiscal. Hacía tiempo, antes de la llegada de Mussolini al poder, Antonio Gramsci había señalado que era hora de actuar. Que era el momento de luchar. O el pueblo se levantaba, aseguraba, o comenzaría «una tremenda reacción por parte de la clase propietaria y la clase gubernamental» en la que recurrirían a todas las formas de violencia para someter a la sociedad. Sus compañeros cercanos le habían advertido sobre los peligros de su exposición, pero Gramsci creía que la responsabilidad que tenía era mucho más grande.

Si bien llevaba más de un año en prisión, en mayo 1928 se daba inicio al juicio en su contra. Quien supo ser uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano, una de las mentes más brillantes y a su vez más peligrosas para el régimen fascista, era sentado frente a las marionetas de la Justicia. Allí fue acusado de fomentar una guerra civil, incitar al odio de clase, conspiraciones y cualquier otro cargo que consideraron necesario. Frente a él, Mussolini observaba tranquilo como quien sabe que las cartas están echadas.

La condena, tal y como había pedido el miembro del tribunal fascista Michele Isgró, sería de 20 años, cuatro meses y cinco días. Sin embargo, a pesar del aislamiento y el abandono, lograría romper el cerco escribiendo más de 3000 páginas de historia, política y estrategia revolucionaria. Cansado y debilitado, pero sin perder jamás la lucidez, Gramsci continuó trabajando incluso en tiempos en los que el avance de la derecha con complicidad social -y la imprescindible apatía de quienes observan indiferentes- era cada vez más grande. Durante esos años, diría, había “vivido fuera del mundo, como en sueños”.

Crítico de quienes se detenían a formular verdades trepados al altar de la intelectualidad y reposando en la comodidad de la distancia, Gramsci haría hincapié en esa contradicción de quien se cree intelectual y «se halla separado del pueblo-nación, o sea, sin sentir las pasiones elementales del pueblo». A su vez, plantearía la imposibilidad de pensar el presente, “un presente bien determinado, con un pensamiento trabajado por problemas de un pasado remoto y superado”. Un concepto que, más de 100 años después, sigue vigente. Entre recuerdos traspapelados y un insomnio inagotable pasó sus días encerrado, como “un lobo en su guarida”. El fascismo había logrado confinarlo, pero no callarlo. Su vida había sido una constante rebelión, un legado invalorable para el porvenir. Gramsci sabía que, por sobre todas las cosas, vivir significa tomar partido.