- Georg Elser y el atentado a Hitler |
Cuando ingresó en la cervecería, Georg Elser buscó el mejor lugar y esperó a ser atendido. Probablemente, no haya pensado demasiado qué ordenar, al fin y al cabo, no era más que una excusa. En cuanto se quedó solo, comenzó a observar con detenimiento el salón. Era un enorme local, con techos altos y un escenario al fondo. Según había leído en la prensa, en unos pocos meses, en ese mismo espacio que ahora tenía frente a los ojos, estaría parado Adolf Hitler junto a Goering, Goebbels y los altos mandos de su partido. Sin dejar detalle de lado, Elser recopiló toda la información que pudo: la estructura del lugar, la disposición, cada medida y cada puerta. Una vez que terminó, pagó la cuenta y se retiró. En esos días dejaría Múnich para volver a su ciudad. De ahí en más, solo tendría una fecha en mente: el 8 de noviembre de 1939.
Los meses siguientes estuvieron perfectamente calculados. Lo primero que hizo fue volver a su vida diaria. De la fábrica de armamentos donde trabajaba iría robando lo necesario para armar una bomba. Aprovechando sus conocimientos sobre relojería adquiridos en un antiguo trabajo, empezó a diseñar un explosivo que debía ser sumamente preciso. Para comienzos de abril, renunció a su trabajo y sacó un pasaje hacia Múnich nuevamente. El próximo paso sería diseñar los bocetos finales, calcular la potencia de la bomba y prever el daño que causaría. Gracias a un empleo que consiguió en una cantera, obtuvo la dinamita que le faltaba. Nada podía fallar.
Durante el mes de agosto, se dedicó a ir todas las noches a cenar al local. Antes del cierre, sin que nadie lo viera, se escondía en un cuarto y aguardaba a que todo el mundo se hubiera ido. Recién cuando las puertas se cerraban, salía de su escondite y, con una linterna, trabajaba durante horas haciendo un agujero en una de las columnas. Antes del amanecer, cubría el orificio con un revestimiento de madera y salía con una maleta llena de escombros. El 6 de noviembre, finalmente, colocó el explosivo. Sin perder tiempo, se despidió de su hermana y partió rumbo a Suiza sabiendo que su bomba se activaría a las 21:30 del día 8. Sin embargo, un detalle lo cambiaría todo.
La noche de la celebración, Hitler fue informado de que una espesa niebla sobre Múnich impedía viajar en avión. Para no perder el último tren, que partía a las 21:31, se vio obligado a adelantar su discurso y a hacerlo más breve. Así, poco después de las 21:00, la cervecería empezaba a quedar vacía. Trece minutos después de que dejaran el lugar, la bomba explotó destruyendo absolutamente todo. Elser, por su parte, fue capturado en la frontera. Había estado a trece minutos de ajusticiar a uno de los más sádicos tiranos, a trece minutos de transformar la historia.