- El asesinato de las hermanas Mirabal |
El día que el dictador Rafael Leónidas Trujillo dispuso que serían puestas en libertad, Minerva y María Teresa Mirabal debieron de sospechar que algo extraño ocurría. Poco tiempo atrás, habían sido juzgadas junto a sus esposos por atentar contra la seguridad del Estado y condenadas a tres años de prisión. No era la primera vez que las detenían, y no sería tampoco la primera vez que serían sometidas a duras torturas. Su lucha contra el régimen que azotaba al país -sabían bien- no iba a ser fácil. Cuando Trujillo las indultó, se enteraron de que sus compañeros no correrían la misma suerte. El propósito parecía claro: a la vista del país, era un gesto de bondad y clemencia; para ellas, significaba que no las quería entre rejas, sino libres y bajo estrecha vigilancia.
Los informes del Estado indican que, las semanas siguientes, las hermanas retomaron sus actividades secretas contra el régimen. Para ese entonces, el plan del dictador ya estaba en marcha. Será durante esos días que el militar autoproclamado presidente puso al frente de la operación al general Pupo Román con la orden de asesinar a las hermanas Mirabal. Con el apoyo del Servicio de Inteligencia Militar dominicano, Román trasladó a los esposos a la cárcel de Salcedo. Una vez más, simulando a la vista del pueblo un gesto de caridad con las hermanas, ya que, de este modo, no tendrían que realizar largos viajes para visitarlos. Lejos de cualquier tipo de benevolencia, se daba un paso más en el plan.
Con todo listo, el teniente Peña Rivera se puso al frente de un escuadrón de la Policía Nacional que tomó posición esperando a que el coche de las hermanas saliera de una de sus visitas. La idea era interceptarlas camino a sus hogares, pero algo falló. Según declararían los oficiales, no pudieron ejecutar la orden porque en el coche viajaban niños. Días después, lo volvieron a intentar con el mismo resultado. Cuando la paciencia de los militares empezaba a agotarse, la tarde del 25 de noviembre de 1960 divisaron el coche. Esta vez, junto a su chofer, Minerva y María Teresa viajaban con su hermana Patria.
Mientras avanzaban por la carretera que conecta Salcedo con Puerto Plata, el jeep en el que se trasladaban fue interceptado. Frente a ellos, un coche cruzaba la calle. A punta de pistola, cuatro agentes las obligaron a descender y las trasladaron a una vivienda donde fueron brutalmente torturadas y asesinadas. Luego, llevaron los cuerpos al jeep donde los colocaron para simular un accidente de tránsito. Al día siguiente, los medios hablaban de un desafortunado percance vehicular. La noticia, disfrazada de sorpresiva tragedia, provocó indignación en gran parte del país, avivando las llamas del descontento popular. Menos de un año después, la historia daba un giro: Trujillo era ajusticiado y su régimen llegaba a su fin. Las mariposas, por su parte se convirtieron en un símbolo eterno de lucha y resistencia.