EL HOMBRE MÁS BUSCADO

  • El asalto al cambio Messina, Roscigna y los anarquistas expropiadores |

Tres hombres con las cabezas vendadas se encontraban en la puerta del hospital Rawson. La gente que pasaba de un lado al otro los miraba de reojo, alternando entre la casi inevitable curiosidad y ese particular respeto que se suele tener con quien ha sufrido un duro accidente. Allí, como si aguardaran algo o a alguien, los tres se mantenían quietos, pacientemente tranquilos. No mucho después, ocurrió lo que esperaban: frente al hospital, un coche estacionó y un hombre bajó con una maleta. Era el pagador de sueldos y, a su lado, lo acompañaba un policía. En ese momento, los tres se miraron sin decir palabra. Los anarquistas Roscigna, Vázquez Paredes y Antonio Moretti ya sabían qué hacer.

A paso rápido, fueron hacia la vereda y apuntaron. El resto ocurrió en segundos. Asustado, el pagador soltó la maleta, los anarquistas la tomaron y corrieron hacia su auto. En plena carrera, uno de ellos se dio vuelta para ver que el uniformado buscaba su pistola. Sin frenar, sacó el arma que llevaba guardada y disparó. Su puntería no falló y el policía cayó al piso en el acto. El botín era grande y Roscigna comprendió que era tiempo de salir de la Argentina. Sabía que, a partir de ese momento, irían tras sus pasos. Por eso, junto a Moretti, tomaron una lancha desde el Delta hacia Uruguay. Detrás, la policía argentina y la uruguaya les perdían el rastro.

Pese a que Roscigna se negó a participar, ya que no estaba de acuerdo con la forma ni el lugar, el resto decidió actuar por su cuenta y la próxima expropiación fue marcada en el calendario. Sería el 25 de octubre de 1928, en la casa de cambio Messina, ubicada en plena plaza Independencia de Montevideo. Ese día, a las 14:00, las puertas del local se abrieron y media hora más tarde, los anarquistas ingresaron. El asalto duraría pocos minutos, pero el saldo sería trágico: tres muertos y tres heridos. Lo opuesto a la metodología en la que creía Roscigna. Para peor, lo recaudado sería mucho menos de lo esperado, algo había salido mal. Y, aunque todavía no lo sabían, ese sería el comienzo del fin.

Dos semanas más tarde, un operativo conjunto del Ejército y de la Policía rodeaba la casa de la calle Rousseau 41. Sin tiempo a reacción, los anarquistas serían tomados por sorpresa. Antonio Moretti, que había jurado nunca ser detenido, quemará la plata y se llevará un arma a la cabeza para quitarse la vida. A pesar de esto, la policía estaba satisfecha. Había logrado su cometido. Fuera, el comisario a cargo aguardaba orgulloso. Sin embargo, su alegría plena sería interrumpida cuando un oficial le informó que en la casa estaban todos menos Roscigna. El hombre más buscando seguía sin ser cazado. A partir de ese momento, lo rastrearían por cielo y tierra. Roscigna, por su parte, aún tenía mucha historia por escribir.