- Vicki Walsh |
Cuando Vicki llegó a la esquina, observó la numeración del cartel y cruzó la calle. Llevaba a su hija envuelta en brazos y, como una rutina prácticamente ineludible, giró para mirar a sus espaldas. Era algo que no podía darse el lujo de obviar. Esa mañana, pese a que lo había intentado, no logró dejar a su beba con nadie, por lo que, a último momento, se vio obligada a llevarla con ella. Su compañero, Emiliano, había sido detenido meses atrás luego de que Montoneros pasase a la clandestinidad y hacía tiempo no sabía nada de él. A los pocos metros, llegó al 105 de la calle Corro y entró en la casa. Era el día de su cumpleaños, pero no podría festejarlo ni encontrarse con su padre como deseaba. La noche la pasó con sus compañeros y, cuando terminaron de conversar, abrazó a su hija y se recostó. Horas más tarde, todo cambiaría para siempre.
A las 7:00 de la mañana, el sonido de un altavoz la levantó de la cama. Casi sin que pudiera reaccionar, los primeros disparos comenzaron a escucharse. Afuera, un brutal operativo del Ejército se desplegaba por el barrio de Villa Luro. Las calles habían amanecido completamente militarizadas y más de 200 uniformados rodeaban la manzana. Autos, tanques y camiones bloqueaban los accesos mientras un helicóptero sobrevolaba la zona. Para ese momento, alguien gritó que se entregaran, que estaban rodeados. Tras cruzar unas pocas palabras, los montoneros tomaron una rápida decisión: resistirían hasta el final.
Sin perder tiempo, se dividieron y comenzaron a defenderse. Durante más de 1 hora y media, las balas se cruzaron en un combate completamente desigual. Desde la terraza, Vicki tiraba sin perder de rastro los movimientos del helicóptero. La ráfaga de disparos continuó hasta que, súbitamente, algo inesperado ocurrió. De un segundo al otro, sin orden alguna, los militares dejaron de disparar. En medio de un silencio sepulcral, una joven se asomó por la terraza. Se la veía extrañamente calma y sostenía una pistola. Ante la mirada de los testigos que observaban perplejos, se llevó el arma a la cabeza y dijo: “Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir». Luego, apretó el gatillo.
Dos días después, durante una reunión, Rodolfo Walsh no lograba despegar el oído de la radio. La noche anterior había escuchado sobre un brutal operativo, pero pese a que no supo nada más, algo lo hacía augurar lo peor. En un momento, el locutor narró los detalles de un enfrentamiento en la calle Corro. En medio del silencio, la voz de la radio fue nombrando a quienes habían caído esa mañana. El último nombre, Vicki. Y nadie dijo una palabra más. «El mundo estuvo parado ese segundo», escribirá Walsh ese mismo día. No hacía falta aclarar nada, todos sabían que la reunión quedaba suspendida. Antes de irse, Rodolfo agregó: “Era mi hija”.